Gran
beneficio y misericordia es la que Dios hace a los que llama en nuestra
Santa Religión a la vida eremítica, porque es grande indicio y señal de
que los quiere adelantar en su servicio, y hacerles grandes favores y
mercedes; que este es el principal quo Dios tiene en sacarlos del mundo
retirándolos a la soledad, de suerte que no solo no le amen, pero ni aun
le vean con los ojos corporales; tanto es lo que el mundo con sola su
vista daña. Por eso dijo el sabio: Fascinatio nugacitatis obscurat bona et inconstantia concupiscentiae transvertit sensum sine malitia[1].
Es
lo que pasa en el mundo: una mentira y encantamiento que parece que
ocupa y adormece los sentidos, aún de los justos; es una sirena que con
su dulce canto inficiona y entorpece a los que la ven o la oyen. Y,
finalmente, son tantas y tan varias las ocasiones que hay en el mundo,
que cuando no llegan a causar culpas en los justos, por la providencia
que Dios tiene de ellos, por lo menos son impedimentos grandes que, de
ordinario, embarazan e impiden a un alma para que no alcance aquella
libertad y pureza de espíritu, que es necesaria para amar y contemplar a Dios, hablar y tratar con El; y, por esta causa, queriendo Dios favorecer a una alma y hablarle palabras de desengaño, dice por Oseas: «Ducam eam in solitudinem el loquar ad cor ejus»[2].
Bien pudiera Dios hablarle
en medio de las ciudades y hacer que el alma le oyese; pero procediendo
Dios en sus cosas según su ordinaria providencia y disposición, para tratar con ella de suerte que oiga y entienda sus palabras y le penetren hasta lo íntimo del corazón, determina primero sacarla de Egipto y ponerla en la soledad, donde desocupada de todo y puesta en un gran
silencio, no puede dejar de oír aquellas palabras divinas, que Dios
habla en los corazones de los justos, las cuales apenas se perciben, si
no es estando en soledad y silencio.
Con estas hablas interiores enseña Dios al alma en breve tiempo muchas verdades, y la va desengañando y desapegando el corazón de las cosas terrenas, y levantándola a la noticia y conocimiento de las cosas divinas y celestiales, como El lo dice por Jeremías: «Sedibit solitaruis et tacebit, quía levavit super se». Yo le pondré en el reposo y silencio de la soledad, que esto quiere decir « sedebit solitarius et tacebit». Y
de aquí se sigue otra gracia que Dios le hace, que es levantarle sobre
sí por medio de la contemplación divina, haciéndole de hombre ángel y
de humano divino.
No
hiciéramos fin si hubiéramos de referir las gracias y favores que Dios
ha hecho y hace en la soledad; diré algunas pocas que de la Sagrada
Escritura se coligen. David dice : « Ecce elongavi fugiens, et mansi in solitudine, et expectabam eum qui salvum me fecit a pusillanimitate spiritus et tempestate»[3]. Veíase
David cercado de enemigos, lleno de trabajos y tribulaciones y, sobre
todo, con tanta pusilanimidad que parece le había faltado aquel corazón
generoso que antes tenía, y tomó por remedio irse a la soledad,
esperando allí que Dios le haría esta gracia de librarle de esta
pusilanimidad y tempestades de tribulaciones en que estaba puesto.
Añadamos
a esto cómo, para ejemplo nuestro, Cristo Nuestro Redentor salió al
desierto a orar, y en aquella soledad venció al demonio. En la soledad
del monte Tabor se transfiguró: « Et aspicientes neminem vidberunt, nisi solum Jesum»[4]. Para orar mejor, avulsus est ab eis[5], (3) En la soledad recibió Juan aquel espíritu de Elías. En la soledad mereció ser el mensajero: «vox clamantis in deserto»[6]. En
la soledad vivió Nuestro Padre Elias con los hijos de los profetas y él
y Enoc están ahora en la soledad del Paraíso, de quien dice la
escritura: Traslatus est Enoch in solitudinem Paradisi[7]. Abraham solo estaba, sub illice Mambre, quando tres vidit et unum adoravit[8]. Agar vio
el ángel de la soledad. Jacob vio aquella escala misteriosa, y a Dios
en el fin y remate de ella, y en la soledad peleó con el Ángel. Moisés
en la soledad vio el misterio de aquella zarza. En la soledad del monte, in medio caliginis, recibió la Ley.
En la soledad, finalmente, los hijos de Israel recibieron el maná, la
columna de fuego, la nube y otros infinitos milagros.
Otros
muchos hace Dios, o, por mejor decir, estos mismos obra espiritualmente
cada día en las almas de aquellos que caminan al cielo por el desierto y
vida solitaria; porque en la soledad les envía Dios el maná celestial
de consolaciones divinas y maravillosa dulcedumbre y sabor de las cosas
celestiales; allí les da Dios en lo más alto del monte, como a otro
Moisés, las tablas de la Ley, esto es: enseñanza y cumplimiento de su
divina voluntad, escrita no en las tablas de piedra, sino en lo íntimo
de los corazones; allí les alumbra y guía la columna de fuego, que es,
no solamente el fuego y ardor de la caridad que sube hacia arriba, como
columna de fuego, hasta encontrar con Dios, sino también la obediencia
de los superiores, que va, como columna, delante alumbrando y
enseñándoles los pasos seguros por donde han de caminar para no errar el
verdadero camino. La nube es la protección singular con que Dios los
defiende del fuego de la concupiscencia y templa sus ardores; y junto
con éstas obras maravillosas obra Dios otras muchas, que no las saben
sino los que las experimentan y gustan, que son aquellos que fielmente
corresponden a su vocación, y caminan fielmente por los ejercicios
propios do la vida solitaria, que son los que con el favor divino
brevemente declararemos en este tratado.
Tres fines puede tener el que va a buscar la soledad. El primero, huir las ocasiones de los pecados y evitar
los impedimentos, que son grandes los que en la conversación y trato do
muchos se hallan, para conseguir la perfección; y así enseña Santo
Tomás (IIa.IIae. q, 24, artículo), que a los nuevos y flacos en la
virtud todo el cuidado de Dios es quitarles los contrarios; y es
común opinión de los santos, que adormece las pasiones, y ata los
enemigos, y quita las ocasiones de pecar y los demás impedimentos que,
como a flacos en la virtud, los pueden detener o impedir el camino
espiritual.
El
segundo fin es hacer penitencia y llorar pecados; para este fin es
propia la vida eremítica, la cual de ordinario anda acompañada de
oración, ayunos, vigilias y de otras asperezas propias para castigar y afligir el cuerpo y satisfacer por los pecados.
El tercer fin es para contemplar q Dios, y unirse y juntarse
con El con estrecho vínculo de amor y caridad. Este es el principal
fin, al cual, si bien lo consideramos, se ordenan los dos primeros que
acabamos de decir. Este fue el principal intento con que los antiguos
Padres del desierto dejaron el trato y conversación de los hombres,
para buscar en la soledad el trato y comunicación con Dios.
Este fin, si bien se entiende, es altísimo, y para que mejor se vea su excelencia y nobleza, lo declararemos brevemente,
Crió Dios al hombre a imagen y semejanza suya, adornada su alma con la justicia original, y sus potencias
con una gran rectitud y sujeción, conviene a saber: del cuerpo al alma,
del sentido y parte inferior a la razón, y, finalmente, de la razón a
Dios, con que resplandecía en el hombre maravillosamente, en aquel
estado
la imagen y semejanza de Dios. Porque así como Dios
Padre, mirándose clarísimamente a Sí mismo y conociéndose perfectísimamente, concibió y engendró dentro de Sí al Verbo, que es el Hijo; y el Padre y el Hijo mirándose y amándose entre Sí con infinita complacencia de amor, producen al Espíritu Santo, que es amor increado con que el Padre ama al Hijo y el Hijo eterno a su Padre, así en aquel feliz estado do la justicia original, en que estaba resplandeciente y perfecta aquella imagen que Dios había puesto en el hombre, a imitación y semejanza de Dios, nuestro entendimiento conocía y contemplaba altísimamente a Dios, y por medio de este conocimiento formaba en su alma un concepto y noticia perfecta, cuanto en aquel estado se permitía, de Dios; a la cual se seguía en la voluntad un amor ardiente al mismo Dios; y de aquí so seguía un deleite y jocundidad grande en el alma, de manera que, así como Dios se conoce y ama a Sí mismo, así este hombre, formado a imagen de Dios, procuraba asemejarse a Dios, conociendo con el entendimiento, amando y gozándose con la voluntad del mismo Dios. Pero después, por envidia del demonio, esta imagen de la Trinidad, que Dios había impreso en nuestra alma, quedó toda deformada y, para decirlo así, toda gastada; porque luego que el hombre pecó, todas estas ruedas de este interior reloj que estaban tan bien dispuestas y concertadas con aquel orden maravilloso que Dios las había dispuesto, quedaron desconcertadas y, para decirlo en una palabra, vueltas al revés y al contrario de lo que antes estaban puestas, porque todas quedaron rebeldes y con universal motín contra la razón y contra el mismo Dios; y así se causó en el hombre universal desorden, porque quedó el cuerpo rebelde al ánima, el sentido y apetito a la razón, y la razón a Dios.
la imagen y semejanza de Dios. Porque así como Dios
Padre, mirándose clarísimamente a Sí mismo y conociéndose perfectísimamente, concibió y engendró dentro de Sí al Verbo, que es el Hijo; y el Padre y el Hijo mirándose y amándose entre Sí con infinita complacencia de amor, producen al Espíritu Santo, que es amor increado con que el Padre ama al Hijo y el Hijo eterno a su Padre, así en aquel feliz estado do la justicia original, en que estaba resplandeciente y perfecta aquella imagen que Dios había puesto en el hombre, a imitación y semejanza de Dios, nuestro entendimiento conocía y contemplaba altísimamente a Dios, y por medio de este conocimiento formaba en su alma un concepto y noticia perfecta, cuanto en aquel estado se permitía, de Dios; a la cual se seguía en la voluntad un amor ardiente al mismo Dios; y de aquí so seguía un deleite y jocundidad grande en el alma, de manera que, así como Dios se conoce y ama a Sí mismo, así este hombre, formado a imagen de Dios, procuraba asemejarse a Dios, conociendo con el entendimiento, amando y gozándose con la voluntad del mismo Dios. Pero después, por envidia del demonio, esta imagen de la Trinidad, que Dios había impreso en nuestra alma, quedó toda deformada y, para decirlo así, toda gastada; porque luego que el hombre pecó, todas estas ruedas de este interior reloj que estaban tan bien dispuestas y concertadas con aquel orden maravilloso que Dios las había dispuesto, quedaron desconcertadas y, para decirlo en una palabra, vueltas al revés y al contrario de lo que antes estaban puestas, porque todas quedaron rebeldes y con universal motín contra la razón y contra el mismo Dios; y así se causó en el hombre universal desorden, porque quedó el cuerpo rebelde al ánima, el sentido y apetito a la razón, y la razón a Dios.
Será,
pues, el fin principal de la vida eremítica procurar una semejanza
grande con el mismo Dios reformando esta imagen suya, reduciéndola al
estado en que estaba cuando fue criada de Dios; y así como la imagen de
la Trinidad Santísima, consiste en las tres potencias del alma, que son
memoria, entendimiento y voluntad, así su reformación consiste en
reformar y adornar a estas tres potencias, conviene a saber: el
entendimiento con la contemplación y conocimiento de las cosas divinas,
la voluntad con un amor ardiente de Dios, la memoria con la firme
estabilidad en el mismo Dios; y el ermitaño que hubiere alcanzado esta
reformación , de sus potencias interiores, tenga por cierto que ha
alcanzado una grande semejanza de la vida con que el mismo Dios vive en
Si mismo: Haec,
igitur, est vera nostra felicitas suma perfectio ac ultimus finís
divinae nobis concreatae imaginis reformatio plena atque perfecta.
Porro, quemadmodum in tribus anímae viribus
memoria videlicet intelectu et voluntate Trinitatis in nobis consistit
imago,sic in triformi aeque mentís decore contemplatione, scilicet
dilectione et stabilitate, haec ipsa divinae imaginis reformatio sita
est: etenim hunc reformationis hujus sortitus decorem divinae, scilicet
assimilationem vitae adeptus est. Haec igitur deiformis et, sicut Dionisius aít, deificatio
nostra, ut sit mens divinorum speculatione intenta, voluntas eorumdem
ardore ignita, atque in his memoria stabilita et firma.
Por
donde, así como la profesión eremítica es más alta, como Santo Tomás
enseña, (II-II, q. 188, art, VIII conclusión) que la vida cenobítica,
por ser más ardua y difícil, y tener
medios más altos y más breves para conseguir la perfección que otro
cualquier instituto, así consiguientemente su fin ha de ser más
perfecto; la cual perfección consiste en la semejanza de nuestra alma
con la divina mente y vida, que es Dios; y esta mayor y más perfecta semejanza consiste en la más perfecta y más pura contemplación, y más ferviente amor de Dios.
Esto también se prueba con esta razón: cierta cosa es, que de todos los consejos evangélicos y de
la vida cristiana, el fin es el perfecto cumplimiento de la caridad y
amor divino; conviene a saber, que cuando en esta vida se permite,
continuamente, con todo nuestro corazón y fuerzas, actualmente amemos a
Dios; lo cual perfectamente no se puede cumplir, si no es que con una
continua pura y estable contemplación conozcamos con más perfección a
Dios, su infinita bondad y perfecciones inmensas; porque a la más alta
contemplación se sigue el más alto conocimiento de Dios, y al más alto conocimiento nacido del don de sabiduría, cual es el de la contemplación, se sigue amor más intenso, más ardiente y perfecto.
Tratando de este altísimo fin de la vida solitaria, dice Dionisio Cartujano estas palabras:
Este
el fin de la vida solitaria; Contemplar pura y constantemente, amar
fervientemente y sin desfallecer a Dios; y esta ocupación del solitario
tiene como fin dedicarse, unirse, gozarse y abrazarse perfecta y
asiduamente a Dios y así empezar en la tierra la vida angélica y
celestial, presintiendo copiosa y experimentalmente la bienaventuranza
futura, gustando dulcemente cuán suave es Dios, asimilándose y
configurándose perfectamente por gracia a la gloriosa Trinidad,
haciéndose una cosa y un ser con ella. (Dion. Cart.).
Todo esto, y mucho más, dijo San Bernardo en breves palabras, escribiendo ad Fratres de Monte Dei, que eran ermitaños de la Cartuja
Vuestra
profesión es la más sublime, penetra los cielos, iguala a los Ángeles
asemeja a la pureza de los celestiales espíritus, ya que no solamente
habéis prometido ser santos, sino ser santos hasta conseguir los grados
más elevados (S. Ber. ad Frates de Monte Dei).
Altísimo
parecerá este fin y dificilísimo de alcanzar, pero no hay cosa tan
difícil que con la gracia divina y nuestro trabajo no se alcance,
principalmente no siendo esta tan sublime perfección cosa que de
repente se ha de alcanzar; es necesario ir subiendo por sus escalones,
grados y medios, que adelante diremos.
Muchos medios establecieron los Santos Padres para conseguir la perfección de la vida solitaria, como consta
de Casiano, de San Juan Clímaco, de la regla de San Pacomio, y San
Bruno, instituidor de la Cartuja. Pero en este tratado brevemente
diremos de algunos, que principalmente pueden ayudar a la perfecta
observancia de esta vida.
El
primero y principal es quitar impedimentos que impiden y retardan al
alma para que no llegue a la perfecta unión con Dios. Para que esto
mejor se entienda es de saber, que una alma que camina a la
perfección, no solamente tiene en este camino contrarios como son los
pecados mortales y veniales, sino también tiene otros impedimentos, que
muchas veces hacen más daño y detienen y embarazan más que los
pecados veniales, porque estos fácilmente se borran y perdonan por
medio de la contrición y displicencia de ellos, pero los impedimentos no
se quitan por actos de contrición, ni se remedian con lágrimas y
suspiros, sino es con quitarlos. Digamos ahora: la posesión de las
riquezas impide y embaraza en el camino espiritual, porque traen
consigo la solicitud y cuidado; y lo que más es, el apagamiento del
corazón a ellas. Por esto Cristo Nuestro Señor las comparó a las
espinas. El matrimonio, como dice San Pablo, divide y parte el corazón,
porque el amor se ha de repartir entre Dios y entre los hijos y mujer.
Hay también otros impedimentos semejantes en las almas, como son el
propio juicio, la propia voluntad y otros afectos, que nos llevan e
inclinan a cosas que, si no son pecado, impiden grandemente el caminar a
la perfección, que son como unos grillos, o cadenas, que nos tienen
atados; y algunas veces cosas muy pequeñas causan impedimentos grandes,
porque no son ellas las que hacen este efecto, sino el afecto intenso y
desordenado con que se aman, ¿Qué cosa más pequeña que un pececillo
llamado rémora, o tarda-naves, el cual, algunas veces, navegando un
navío grande a velas tendidas, le detiene e impide la navegación?
¡Cuántas almas hay que navegarían con grande presteza y facilidad a la
perfección, si no fueran detenidas o impedidas con el afecto de cosas
pequeñas! Para que un gavilán no vuele basta atarle una ala con un hilo
delgado; esto lo hace perder la fuerza para no poder con su vuelo
levantarse en alto.
Para
quitar estos impedimentos se ordena, si bien le miramos, toda la vida
monástica, y así, con razón podíamos decir que entre la vida monástica y
la vida común de los demás cristianos, no hay diferencia en el fin, que
es la caridad; porque la una y la otra se ordenan al amor de Dios,
según aquello de San Pablo: Finis legis dileclio est[9]. Y
así, la diferencia que se halla es que la profesión religiosa, por
medio de los tres votos, fundados en los consejos evangélicos, se ordena
a quitar impedimentos, como medio muy proporcionado, para la unión con
Dios por amor. Porque, ¿qué otra cosa es el voto de la pobreza, sino
una renunciación total de las riquezas, las cuales, ocupando el corazón
del que las posee, lo agravan e impiden para que no se levante a la
contemplación y amor de Dios? ¿Qué otra cosa profesamos en la castidad,
sino una abrenunciación de todos los deleites carnales, aún de los
lícitos cuales son los del matrimonio, los cuáles tiran para sí toda el
alma? Finalmente, ¿qué otra cosa es el voto de la obediencia, sino una
negación perfecta de nuestro propio juicio y voluntad, que es la fuente y
manantial de nuestros yerros? Estos son los impedimentos
que abaten y apegan el alma a las cosas terrenas y la hacen pesada
para las celestiales y divinas las cuáles cosas quieren un alma pura,
limpia, libre y desembarazada de todo.
De
donde se infiere que a la profesión religiosa no contradicen tanto los
pecados mortales ni veniales, porque estos son derechamente contrarios a
la vida cristiana, cuanto los impedimentos que la embarazan para no
amar y conocer a Dios perfectamente; que es decir, que a un religioso,
en cuanto religioso, hablando formalmente, no son tan contrarios los
pecados, como habemos dicho, cuanto los impedimentos.
Pero
a un religioso como cristiano, así pecados como impedimentos son
contrarios; por donde el verdadero religioso, cuya profesión es más
alta que la da común de los cristianos, ha de tener por oficio no
solamente huir pecados, sino principalmente quitar impedimentos.
Pues como la vida eremítica y solitaria, como consta del capítulo antecedente, sea más perfecta y noble que la
cenobítica y monástica, así más perfectamente quita del medio todos los
impedimentos que pueden impedir la altísima contemplación y el
ardiente amor de Dios; porque propio es de esta vida el quitar el trato y conversación
de los hombres, huir los rumores nuevos y vanos, y, finalmente apartar
la vista de todos aquellos objetos que, por los sentidos, hacen guerra
al alma, pintándola con las especies y fantasmas de las criaturas, con
que el alma se hace más pura y más apta para la divina contemplación.
Trae también consigo la vida solitaria otros ejercicios muy proporcionados para venir alcanzar una altísima perfección; y porque estos son muchos, diremos brevemente
algunos que son los más principales en que se ha de ejercitar un
ermitaño que desea cumplir con las obligaciones de su vocación.
Reduciremos estos ejercicios, para mayor claridad, a tres jornadas, las
cuales corresponderán a los tres días de camino que pidió Moisés a
Faraón, para ofrecer a Dios sacrificio en el desierto; porque cada día
era una jornada con que el pueblo de Dios había de ir saliendo de Egipto
y entrar más en lo interior del desierto, temiendo no ser impedidos de
los egipcios. En la primera jornada trataremos de aquellos que
primeramente vienen al desierto. En la segunda, de otros más nobles y
espirituales, en que se han de ejercitar después de algunos meses que
han entrado en el desierto. En la tercera, con el favor divino, se
tratará de otros ejercicios más altos y más propincuos e inmediatos al
fin de la vida eremítica. Pero, ante todas cosas, diremos primero de
las partes y calidades que han de tener los que en nuestra Religión
pretenden ir a los Desiertos y profesar la vida eremítica.
Del espíritu y cualidades que han de tener los que van a los Desiertos de Nuestra Sagrada Religión a profesar la vida eremítica
Fue antiguamente común doctrina de los Padres que ninguno había de salir de los monasterios a profesar la vida eremítica
y solitaria, sin que primero fuese ejercitado algunos años en la vida
común de los monasterios y fuese perfecto así en la obediencia como en
las demás virtudes. Así lo dice San Benito en su Regla y el gran Casiano
en sus colaciones, y esto mismo sintió Santo Tomás (II.II. q. 188, a
VIII in corp. circa fin), siguiendo a San Jerónimo, por estas palabras:
La
soledad es propia de los que ya son perfectos, que por eso San Jerónimo
escribe al Monje Rústico: ¿Reprobamos la vida solitaria? de ningún
modo, antes muchísimas veces la hemos alabado, pero deseamos que de los
campamentos de los monasterios salgan tales soldados que, no los
amedrenten las asperidades del desierto por encontrarse ya bien curtidos
en la práctica de sus ejercicios.
Y así concluye Santo Tomás, que solamente conviene esta profesión tan alta; A
los que tienen ejercitadas sus potencias en conocer el bien y el mal:
pero que cuantos sin este ejercicio previo abrazan esta vida se exponen a
un gravísimo peligro (II.II. q. 188, a, VIII in fin corp.)
Y así advierte muy bien Cayetano, en aquel mismo artículo, que se
examinen bien a sí mismos los que pretenden la vida solitaria, conviene a
saber: si lo hacen por alguna pasión y pusilanimidad de ánimo, o
verdaderamente por parecerles que tienen ya perfección de vida y de
virtudes, de tal manera que sean ya pacientes, benignos, mansos, y
finalmente, que se sepan contentar con pan y agua, como escribe San
Agustín, hablando de los ermitaños de su tiempo:
Los
que moran en los desiertos gozan de los divinos coloquios de Dios a
quien se entregaron con pureza de alma, deben ayunar buenas temporadas a
pan y agua. (De Morib. Ecclcs. c. 31, tanto a princ).
Pero esta doctrina, que de suyo es verdadera y cierta, se entiende, no de la vida eremítica que en nuestra Religión se profesa, que es mixta de cenobítica y obediencia
de los superiores, sino de aquella vida eremítica y solitaria que
antiguamente |profesaban aquellos anacoretas de Egipto y Palestina, la
cual de suyo e peligrosa para personas no ejercitadas en la perfección,
según aquello: Vae soli, quia cum ceciderit non habet sublevantem se[10]. (1)
Pero cuando la vida eremítica se profesa debajo de la obediencia, entonces es segurísima del uno y del otro modo.
De la vida eremítica San Jerónimo escribe así: In solitudine cito subrepit superbia, dormit quando voluerit, facit quod voluerit[11]; cosas que son muy peligrosas. Y, al contrario, hablando de loa que viven debajo de la obediencia, alabándolos dice: Non faciens quod vis, comedas quod juberis, habeas quantum accepperis, praepositum monasterii timeas ut Deumm diligas ut parentem[12].
Todo
esto y otros muchos bienes se hallan en la vida eremítica mixta, que
actualmente se profesa en la Religión; porque en ella se hallan todos
los frutos de la
obediencia y arrimo del Superior, el ejemplo de los otros ermitaños,
que con su fervor enciendan a los otros a ejercicios de oración y
virtudes.
Hállanse
juntamente todos los bienes que trae la vida eremítica y solitaria
consigo, porque aquí se baila el retiramiento y abstracción de toda
conversación humana, el perpetuo silencio, la aspereza y penitencia y la
continua oración, que es el principal instituto de esta vida; de suerte
que, si bien le consideramos, en este modo de vida ha juntado la
religión las flores de la vida eremítica y las de la vida común y
cenobítica, sin las espinas de la una y de la otra vida; porque en la
vida eremítica, como hemos visto, hay espinas agudas y peligrosas, que
es el vivir de un hombre solo expuesto a muchas tentaciones y
tribulaciones, a la acidia y a la pereza, y por consiguiente, a muy
peligrosas caídas, sin tener quien le dé la mano para levantarse de
ellas.
No faltan otras semejantes espinas en la vida común, que se profesa ordinariamente en los conventos y monasterios.
Espinas son el trato con los seglares, el afecto a los amigos y
parientes; espinas son las imágenes de las cosas que entre día se
tratan, así con los de afuera como con los de adentro, las cuales al
tiempo de la oración punzan e inquietan al alma; y, finalmente,
espinas son las murmuraciones, las contradicciones y repugnancias, las
divisiones de ánimos y opiniones que suele haber en las comunidades más
reformadas. Dejo otros impedimentos y afectos, que ocupan y manchan
al alma de suerte que apenas puede llegar a conseguir aquella pureza de
corazón que se requiere para contemplar y ver a Dios cuanto en esta vida
se permite.
Pues
dejadas todas estas espinas, este modo de vida es un ramillete de
flores, cogiendo de la una y de la otra vida las flores más fragantes y
olorosas que hay en la una y en la otra, conviene a saber: la seguridad y
provechos de la vida común, y de la eremítica, la abstracción y
retiramiento y los demás
ejercicios de oración y contemplación. De donde claramente se infiere,
que para este modo de vida eremítica que en Nuestra Religión se
profesa, cualquier religioso es bueno, como esté mediocremente
ejercitado en la vida común y ejercicios de ella, y tenga un ferviente
deseo de aprovechar en espíritu y oración.
Diremos
aquí brevemente de las otras cualidades que han de tener los que vienen
a este santo instituto. La primera es una gran resolución y
determinación de entregarse a Dios de veras y renovarse todo su
interior. Haga cuenta que viene a una nueva región, donde sentirá
diferente luz, diferente amor y diferentes sentimientos de Dios; región
verdaderamente de gente que vive con vida espiritual y divina. Piense
que viene a una nueva escuela, donde el maestro principal es el Espíritu
Santo, el cual en gran silencio habla al corazón de los solitarios; o
por mejor decir, considere que pasa de escuelas menores a escuelas
mayores, donde se aprende otra ciencia más alta; haga cuenta que es un
nuevo noviciado para gente provecta y desengañada. El primer noviciado
que tuvo en la Religión fue de niños, a donde le dio Dios pan sin
cortesa y su sangre convertida en leche y miel, como dice San Pablo; Tamqnam parvulis vobis lac dedi[13],
y que este segundo noviciado es de hombres ya hechos, a quienes se les
dá, no leche como a niños, sino sólido y sustancial mantenimiento como a
varones: Quorum est solidus cibus[14], como dice San Pablo.
Para
salir aprovechado de esta escuela divina, será necesario que estudie y
trabaje de veras en aprender la ciencia que en ella se enseña, y piense
que si el proverbio dice que la letra con sangre entra, esto es, con
trabajo y sudor, mucho más ha de costar el granjear y adquirir nuevo
espíritu. Escribe San Doroteo que era entre los Padres del desierto muy
común este dicho: « Da sanguinem et accipe spiritum». De
suerte que una onza de espíritu ha de costar muchas de sangre y sudor.
Y quien no se persuadiere de esta verdad, poco o ningún fruto sacará de
la vida eremítica.
Los
que solamente vienen a esta santa vida por un año, consideren que este
tiempo es precioso y que se acabará presto, y así procuren aprovecharse
de este tiempo que Dios les dá. Séneca, queriendo ponderar cuan precioso
es el tiempo y cómo nos habemos de aprovechar de él, lo significa por
esta comparación: «Tamquam ex torrente non semper cassuro», etc.; como si hubiese en una ciudad una fuente de lindas aguas, y se supiese que no había de durar sino por dos días, ¡con cuánta
diligencia los vecinos de ella procurarían llenar los vasos de aquella
agua tan excelente y que sabían tan poco había de durar! Y aunque es
verdad que es breve el tiempo de un año, no lo es tanto que, sí con
diligencia y cuidado trabaja un ermitaño, no pueda adquirir gran
perfección; por lo menos arraigarse y fundarse en las más esenciales
virtudes de la vida religiosa y, lo que es más principal, salir de veras
aprovechado en ejercicio de oración y presencia de Dios.
Habiendo Casiano en el libro VII «De Inslitutis renuntiantium», puesto
un grado altísimo de la perfección de la castidad, al cual no parece
posible poder llegar sin grande perfección en las demás virtudes, porque
todas, como la buena teología enseña, están encadenadas entre sí,
finalmente dice que en menos de un año puede un hombre arribar a tan
alto grado de perfección.
Suponga
el que viene al desierto, por muy sabio y ejercitado que sea, que viene
a aprender, y que es necesario que se haga como niño espiritual. Tome
las cosas como las halla y confórmese con lo que viere, sin pretender
que se mude nada, y considere que él no viene
a ser juez de lo que allí se profesa, y que no hará poco si cumple
exactamente con los ejercicios e instituto de aquella vida.
Ponga
algunas veces delante de sus ojos cuán grande gracia y beneficio es el
que Dios le ha hecho en traerle a este santo lugar, y considere que a
medida de este favor y beneficio será estrecha la cuenta que Dios le
pedirá, si no corresponde de su parte a un favor tan extraordinario de
Dios, y acuérdese de lo que dice el Apóstol: Videte ne in vacuum gratiam Dei recípiatis[15]. Y si de cualquiera gracia recibida sin pago nos pedirá Dios tan estrecha cuenta, ¿qué será de tan singular gracia y beneficio?
De los ejercicios que son propios de la primera jornada, esto es, de los primeros meses de la vida eremítica
Después
que uno ha venido al santo desierto y puesto los pies en esta tierra
santa de promisión, no piense que está hecho todo con haber entrado en
el desierto, porque aquí no se trata de la leche y miel que Dios tenía
prometido a los hijos de Israel que entrasen en aquella tierra, si
primero no hacen lo que a ellos mandó Dios; conviene a saber: que
peleasen contra aquellas siete naciones que estaban enseñoreadas de
aquella fertilísima tierra, que espiritualmente hablando quiere decir,
que no piense nadie que ha de gozar de la dulzura espiritual que Dios
suele dará a los solitarios, ni poseer en paz la tierra de su reino, si
primero no vencen todas sus pasiones, afecciones y hábitos viciosos y
entran por la puerta siguiendo los pasos que brevemente diremos.
Para
aprovechar de veras en el camino de perfección en esta santa vida,
conviene saber primero cómo habemos de comenzar, porque el que bien
comienza tiene andado la mitad del camino, según aquel proverbio: Dimidium facti qui bene coepit habet[16].
Comience,
pues, en nombre de Dios sus ejercicios; y el primer paso sea,
conociendo su fragilidad y flaqueza, según la mucha experiencia que
tiene de sus caídas y poca estabilidad, confesando de todo corazón que
de sí no tiene otra cosa sino faltas y pecados; y con esto conciba una
gran desconfianza de sí mismo y, por el contrario, una viva esperanza en
Dios, pidiendo con mucha fe su gracia y favor para sacar fruto de este
ejercicio de la vida eremítica, para gloria suya y bien de su alma, y
diga a Dios con el Profeta: In Deo salutare meum et gloria mea; Deus auxilii mei, et spes mea in Deo est[17].
Los
primeros dos meses se ocupe en el conocimiento propio y, juntamente, en
la continua compunción y contrición de sus pecados. Considere
profundamente el estado en que se halla su alma; lo poco que ha
aprovechado después que fue llamado de Dios a la Religión, y la mala
cuenta que ha dado a Dios de las gracias y beneficios que ha recibido de
su liberal mano. Considere las culpas y defectos que ha cometido
contra Dios después y antes que fuese religioso, y con grande dolor y
contrición póstrese a los pies de Cristo Nuestro Redentor con la
Magdalena, y pida perdón de todas esas culpas, y con muchas lágrimas
procure alcanzar de Dios le perdone y dé gracia para no ofenderle
jamás.
Considere
justamente cuán mal ha correspondido a las inspiraciones y auxilios que
Dios le ha dado después que entró en esta Santa Religión, cuántas
horas de oración ha perdido por su culpa, de cuántos buenos ejemplos no
se ha aprovechado y cuan mal ha usado de tantas otras comodidades y
medios, que hay en nuestra Santa Religión, para caminar a la
perfección.
Recorra
en su memoria los muchos defectos que ha cometido en la observancia de
sus votos, cuán imperfecta ha sido su obediencia, contentándose con
sólo la
corteza exterior, repugnando en lo interior, y cuán pocas veces ha
cautivado con simplicidad el propio juicio en obsequio de la obediencia;
cuán poco resignado ha sido para lo que Dios y la obediencia han
querido de él, cuán viva tiene su propia voluntad y propio juicio, y
cómo, después de haber hecho sacrificio de ella y de sí mismo a Dios, se
la ha vuelto a tomar, arrepintiéndose de lo que le había dado. Item,
cuán poco espíritu de pobreza ha tenido, deseando, por ventura con el
afecto, más comodidades temporales de aquellas que la Religión le
permite; cuán pegado ha estado a las cosas que tenía a uso, y cuan
pocas veces ha sabido sufrir con paciencia alguna falta, no de las
cosas necesarias, sino de otras que no lo eran, quejándose de la comida o
de otras cosas semejantes.
Piense
también los defectos que ha cometido en sus Reglas y Constituciones,
particularmente en la continua oración y meditación de la Ley del Señor,
que es el principal artículo de nuestro Instituto. Considere también
la muchedumbre de beneficios que de Dios ha recibido, conviene a saber;
los generales que son comunes a todos, como son de la creación,
conservación, redención y sangre de Jesucristo; y los particulares,
cuales son la vocación a tan santa y perfecta Religión, la particular
providencia que Dios ha tenido de su alma, y otros de que cada uno será
testigo, y pondere, muy en particular, este último que ha recibido, de
haberle traído a una escuela de tan santa profesión como es la vida
eremítica, y junte con esta consideración cuánta ha sido la ingratitud
de su parte para con Dios, cuan poco reconocimiento, ponderación y
hacimiento de gracias ha sido el que ha tenido a tan grandes y
singulares beneficios.
Considerando
estas y otras cosas, hallará fácilmente que toda su vida no ha sido
más que una tela tejida de varias culpas. Pondere bien y exagere cómo,
habiendo venido a la Religión, que es escuela de virtudes y
mortificación, ha aprendido tan poco de esto, y cuán poca penitencia ha
hecho de los pecados todos de la vida pasada; cuán lleno está de su
propio amor, cuan olvidado de aquello a que fue llamado de Dios y que él
vino a buscar; y considerando profundamente estas cosas, llore y gima
amargamente, y con sentimiento duélase de los pecados de la vida pasada
y de las culpas de la presente. Pondere una y muchas veces cuán
infinita sea la malicia del pecado y quién es el que así ha ofendido a
la Divina Majestad, quién es Dios, a quien así ha ofendido y provocado a
ira, el castigo y pena que ha merecido por el pecado. Duélase y
avergüéncese de haber cometido tantos y tales pecados. Admírese cómo la
tierra y las demás criaturas le han sufrido y conviértase a Dios con
gran dolor de haberle ofendido. Conciba grande odio de sí mismo y de
las ofensas cometidas. Despréciese y bátase a sí mismo. Dé gracias a
Dios que le quiere salvar y que le ha traído a este puerto seguro, donde
le dá tiempo para hacer penitencia de sus pecados, y pida a Dios, con
grande confianza, misericordia y perdón de todos ellos, y, como otro
David, clame diciendo: Amplius
lava me ab íniquitate mea, et a peccato meo munda me; quoniam
iniquitatem meam ego cognosco et peccatum meum contra me est semper[18].
Derrame muchas lágrimas pidiendo a Dios esta gracia y perdón, porque
estas son las que lavan y limpian las manchas del alma, ablandan la
dureza del corazón, y son como un baño, en el cual el alma se renueva, y
todo el hombre interior en este espiritual bautismo se limpia y poco a
poco se va reduciendo a la inocencia bautismal. Procure hacer una
confesión general, de toda su vida, o, por lo menos, del tiempo que ha
sido religioso, y puesto a los pies de su confesor, con mucho dolor se
acusará de las ofensas que ha cometido contra la ley de Dios, contra
los preceptos de la Iglesia, contra los votos, contra sus Leyes,
Constituciones e Instituto, al cuál fue llamado de Dios; asimismo las
culpas que ha cometido en el abuso de los sacramentos, de los dones de
Dios, la mala correspondencia a las inspiraciones divinas y la
ingratitud grande a los beneficios recibidos y las demás misericordias
que Dios ha usado con él. Desta confesión saque aquí un conocimiento
profundo de sus pecados y propia vileza, y un aborrecimiento grande de
sí mismo, y un propósito firme de hacer penitencia nueva de sus pecados,
para aplacar y satisfacer a Nuestro Señor por tantas culpas y tan
grandes.
El
primer ejercicio será el de la oración mental, el cual maravillosamente
ayuda y, (para decirlo así) da vida a los demás ejercicios. La materia
más ordinaria será el meditar los grandes tormentos y dolores, oprobios y
afrentas que Cristo nuestro Bien ha padecido por nosotros. Mírele cuán
pobre y desamparado está de todos, cuán despreciado y cuán afligido en
la cruz y procure sacar afecto de compasión y, juntamente, conocimiento
de la gravedad de sus pecados, pues fueron suficientes para poner a
Cristo en la cruz. Esta meditación será suficiente para causar
aborrecimiento y ponderación grande de la malicia de sus pecados y,
principalmente, considerando el mucho amor que Jesucristo le tiene, pues
tanto ha padecido por él. Confíe mucho en la sangre de Jesucristo, y
tenga viva esperanza de que por su misericordia le ha de perdonar sus
pecados, y así caminará entro la justicia y misericordia de Dios, que es
decir, entre temor y esperanza. El temor de, la justicia será por
haberle ofendido tan gravemente; la esperanza será fundada en la sangre y
en el amor que Jesucristo nos tiene.
Ejercítese,
también, en el amor de Jesucristo Nuestro Señor, y después de haber
conocido cuanta sea para con él su misericordia, cuántos los beneficios
que de su mano ha recibido, y cuán grande sea el amor que le ha mostrado
en lo que ha hecho y padecido por él, con todo su corazón y con todas
sus fuerzas procure pagar con amor esta deuda que a Cristo debe, y haga
propósito de morir mil muertes antes que ofender a esta Divina Majestad
que tanto bien ha hecho.
Pues
para excitar en si este afecto de amor y contrición de sus culpas,
usará de aspiraciones y oraciones jaculatorias, diciendo de esta u otra
manera: ¡Oh, Señor! ¡Quien diera a mis ojos una fuente de lágrimas para
llorar continuamente las agrandes ofensas que contra Vos he cometido!
¡Oh, Padre amantísimo! yo soy el que he pecado contra el cielo y delante
los ojos de Vuestra Divina Majestad, y así, no soy digno de llamarme
vuestro hijo! ¡Habed misericordia de mí, Señor! Apiádate de mí,
Señor, apiádate de mí, pues en ti tengo mi esperanza y fiado en tu
protección confío verme libre de mi maldad. Confieso una y mil veces,
Señor, que soy indigno de tu misericordia; no obstante espero alcanzarla
de Ti, porque tú eres mi Dios, y supiera tu misericordia a mi maldad.
Lávame y purifícame en tu preciosa sangre! oh Jesús! Límpiame de mis
maldades y purifícame progresivamente de mis pccados! oh dulcísimo
Jesús! Me avergüenzo de haber pecado; detesto con toda mi alma mis pecados y, ojalá hubiera muerto mil veces antes de haberlos cometido.
Con
estas y otras semejantes aspiraciones, dichas con espíritu y
sentimiento interior, irá poco a poco, purgándose cada día más y más y
encendiéndose más en el amor divino.
Aprovechará,
también, en estos principios, considerar algunos ratos en el infierno y
las penas qué tiene merecidas por sus pecados; el terrible juicio y
cuenta que ha de dar de ellos; y acuérdese que algún día ha de llegar,
en que por ventura el juez le dirá: Serve nequam, redde ralionem villacationis tuae[19]. Y
piense que al que más ha recibido se le pedirá más estrecha cuenta.
Otros ratos considere la muerte, y por ventura que antes que salga del
desierto le llegará esta hora. Píense cuán presto pasan todas las cosas y
contentos de esta vida.
Este
es el modo ordinario y más propio para, los principiantes, pero no se
entiende que todos han de entrar por este camino de oración, porque,
algunos habrá a quien Dios dará modo de oración más alta, cuales son,
aquellos que vienen de los conventos más aprovechados en la oración;
pero, regularmente hablando, así los unos como los otros, en estos
primeros meses, será bien se ejerciten en los afectos que habemos dicho
de contrición y dolor, reconocimiento y ponderación de las culpas que en
el siglo y en la Religión han cometido, y en odio de sí mismos, el cual
nace del propio conocimiento; y este santo odio es el fundamento de la
mortificación y negación total de sí mismo.
Dos
ejercicios casi continuos de oración hay en el Santo Desierto. El uno
es la oración mental, de la cual ya brevemente hemos dicho; el otro de
la oración vocal y oficio divino, que es otro medio singular para
aprovechar, así en la oración mental, a Ta cual se ordena la vocal, como
en los demás ejercicios de virtudes. Asistiendo en él cómo se debe; así
como, por el contrario, el estar en el coro sin la debida reverencia y
devoción es ofensa no pequeña en los ojos de Dios. San Bernardo declaró
bien a sus monjes el modo que se ha de tener en decir el Oficio Divino
por estas palabras: Os
ruego, carísimos, que asistáis al rezo del Oficio divino con diligencia
y rectitud de corazón. Con diligencia, de modo que recéis con tanta
alegría como fervor, sin pereza, no dormitando, no bostezando, no
guardándose la voz, no cortando las palabras por la mitad, no saltándose
otras enteras, no con voz afeminada y débil como voz de tartamuda
mujerzuela que habla de nariz, sino con acento y voz viriles haciendo al
tiempo una ofrenda completa al Espíritu Santo en la ofrenda del afecto y
de la voz. Rezad con rectitud de corazón de modo que no estéis pensando
en otra cosa mientras estáis rezando, rechazad no solamente los
pensamientos ociosos y vanos sino también los que podrían ocurrírseos de
ocupaciones de obediencias. Más aún, creo que debéis rechazar hasta
los originados de la lectura de algún libro de piedad hecha con
anterioridad al rezo, y que embarazan la inteligencia, pues aun cuando
sean buenos en orden a la salvación, al ser consentidos en ese tiempo
pierden esa bondad. Porque es muy cierto que no recibe el Espíritu Santo
el don que se le ofrece sí es distinto de el que se le debe. (S. Bern. Serm. 47 super Cant,).
El mismo San Bernardo, para ponderarnos la reverencia con que habemos de estar en el Oficio, dice así: Oh,
cómo, cualquiera, que tenga ojos verá con qué cuidado y gozo y regocijo
asisten los Ángeles a los que cantan salmos, y cuidan de los que
meditan, y presiden a los que los ordenan. Verdaderamente que tienen a
estos por conciudadanos, y se congratulan
con los que trabajan per conseguir la herencia de salvación, y les
confortan y los instruyen, y los atienden en todas las necesidades. Por
eso cuando vayáis a rezar o cantar salmos pensad en estos Ángeles. Tened
presente que ellos son mensajeros de vuestra devoción a Dios, y que del
trono de la Divina Majestad os traen gracias a vosotros. Y sabed
finalmente que nada hay en la Iglesia militante que tan bien represente a
la triunfante como el acordado y devoto coro de los que cantan salmos.
(Ibid.)
Cuán dulce sea el coro para los que con atención y devoción cantan, lo dijo maravillosamente San Basilio por estas palabras: Hijo
mío cuando rezares procura hacerlo con perfección canta con toda
diligencia los cantos espirituales en la presencia de Dios, para que
puedas con una mayor facilidad conseguir las virtudes que en ellos
pides. Procura ablandar tu dureza de corazón con la suavidad de los
salmos, y así cantarás con dulzura y gozo: «Tus palabras, Señor, son a
raí paladar más gratas que el panal de miel cuando se le mastica. Pero
ten en cuenta que no se podrá sentir esta dulzura sino cantando con
grandísimo cuidado y perfección, pues a modo que las papilas de la boca
gusten los alimentos, así las potencias de alma gustan las palabras, ya
que de una manera semejante a como se nutre el cuerpo con los alimentos
materiales se nutre y alimenta el hombre interior con el lenguaje
divino. (S. Basil. in admonitine ad filium spirit).
Por el contrario, contra
aquellos que por su negligencia y tibieza no asisten con la atención y
devoción que deben a las alabanzas divinas, escribo San Lorenzo
Justiniano las palabras siguientes, que por mucho de notar las he
querido referir aquí: Oh,
cuántas aves de rapiña asisten a nuestros actos de alabanza a Dios para
macularlos con vanas ilusiones, y, nosotros como bobalicones no solo no
tratamos de libramos de ellas sino que como personas sin juicio nos
dejamos sugestionar por sus ficciones. Los diablos ponen mil tropiezos
por ver si logran arrancar del corazón de quien reza en el coro la
debida atención. Atacan unas veces con representaciones voluptuosas y
obscenas, por ver si logran corromper el suave ambiente de la salmodia
con su pestilencial hedor. Otras veces se convierten en ladronzuelos de
palabras o se dedican a hacer interrumpir los versículos avivando el
sueño. Cuando, causan una pereza tan grande que parece se apodera de
todos los miembros. Ya, ingiriendo negocios terrenos o asuntos mundanos,
o impulsando la imaginación por escabrosos derroteros logra, disipar el
valor de nuestra alabanza. Pero lo más digno de llorarse es que son tan
astutos que apenas si habrá una persona que conozca estos en gaños y
salga triunfante de ellos. Oh, muchísimas veces los que deben alabar a
Dios, solo lo hacen con el cuerpo y como loros profieren las palabras
sin saber lo que dicen. De estos ya había dicho Dios anunciándonoslo
«este pueblo me honra de palabra pero tiene el corazón alejado de mi».
Oh, cuántas veces dominado el ánimo por el aburrimiento, pasa, ayuno de
todo gusto, los himnos sagrados, y habla sin saber con quién, vocea sin
entenderse a sí mismo, más aún atrae sobre sí las iras de Dios como en
una total demencia y enagenamiento. Pues qué, ¿acaso se puede honrar a
Dios con tales sacrificios? ¿Acaso se ensalza la Majestad divina con
oración irreverente? El omnipotente Dios nos pide el corazón, lo
espiritual no lo material! la devoción, no el griterío de nuestras voces; los afectos, del alma, no la palabra inútil.
Particularmente
en los Maitines, que es el tiempo más quieto y acomodado para alabar a
Dios, ha de procurar el ermitaño con más atención y fervor levantar su
espíritu a Dios y, como dice Dionisio Cartujano: levantémonos con prontitud a los Maitines, comencémoslos con santos afectos y poniendo
a contribución todas nuestras fuerzas prosigámoslos con briosos ánimos,
brille en nuestra alma la luz interior, cuando el cuerpo se queda a
oscuras de la luz del día el fervoroso religioso eleve a Dios sus manos
ponga en Dios su corazón y ahinque
en él su alma. Y más abajo: Después sin tener ninguna confianza en sí
propio, esperando de Cristo Jesús toda fuerza, comience por llamar al
portero de su boca diciéndole: Señor, abriréis mis labios. Y añadirá a
continuación con el fin de que se le atienda mejor e insinuando el fruto
de esta apertura: y mi boca pregonará tu alabanza. A seguida comenzará un himno a la beatísima Trinidad, diciendo: Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Después invitándose a sí y a todas sus cosas a alabar, bendecir y ensalzar
a Dios dirá: Venid y cantemos al Señor. Desde el principio pues del
Oficio habrá de dirigirse el espíritu al Criador según las enseñanzas
del Sabio que aconseja: prepárate antes de la oración. No debemos, pues,
comenzar con flojera y distracción sino más bien imbuida nuestra alma
por el fervor divino, debemos procurar permanecer en aquel santo
pensamiento, al cual debemos refugiarnos al presentarse la distracción.
Tentación
es conocida de algunos que viven en el desierto, los cuales, no
haciendo ponderación de los sustanciales ejercicios de esta vida tan
alta, cuales son de oración mental y vocal y de otras virtudes sólidas,
sólo se contentan con la exterior observancia del coro y vida común, que
es la corteza y lo material, por decirlo así, de esta santa vida,
quedándose en lo interior vacíos de la médula y espíritu de estos
ejercicios; y lo que es más de sentir es que algunos de estos, sobre
algún punto de Ordinario o de otras ceremonias, se inquietan si no se
observa al modo que ellos imaginan, y turbándose a sí turban también a
otros. No tratan de otra cosa en el capítulo de culpas, sino si se deja o
no deja esta o la otra ceremonia, y parece que solo vinieron al
desierto a aprender ceremonias y perfeccionarse en ellas y dar a
entender a otros que las saben. Estos tales ni para sí ni para otros son
de provecho, y toda su falta es porque no advierten que la profesión
religiosa, como dice San Buenaventura, es como un árbol, el cual tiene tronco, ramas, fruto, flores y hoja y las ceremonias, aunque son santas y buenas, no son más que hojas, y así, aunque no se han de dejar, de observar, pero no se han de aceptar y poner en ellas el principal cuidado, sino antes en las cosas más sustanciales e importantes, acordándonos de lo que dijo Cristo Nuestro Redentor: Haec oportet facere et illa non omittere[20].
Primeramente,
para cumplir con nuestra Regla, que manda que cada uno esté en su celda
de día y de noche, procure el ermitaño con gran cuidado el
encerramiento en su propia celda, procurando evitar, cuanto fuere
posible, el salir de ella, si no fuere con mucha necesidad; porque las
evagaciones y discursos son ocasiones de muchos daños y peligros
espirituales.
Cuántos
sean los provechos y utilidades del encerramiento en la celda y
perseverancia en ella, declaramos en los Comentarios de nuestra Regla
con muchas autoridades de Santos. De todas ellas diré aquí una sola de
San Bernardo:
Por
eso consecuentes con vuestros, anhelos, viviendo más bien que en las
celdas en los cielos, despojándoos de todas las preocupaciones mundanas
os habéis cerrado en ellas con Dios. Y más abajo. La celda es lugar de
todo bien y estando en ella se adquiere la perseverancia. Y habiendo
dicho otras cosas Regule, la regla de la santa obediencia la buena
voluntad y ella influirá en el cuerpo y hará que no ande de acá para
allá que le agrade la celda y la santa e íntima soledad. Porque parece
imposible que estabilice un hombre su atención en una cosa, si antes no
ha asentado su cuerpo en un lugar, Y por fin más abajo: Tienes dos
celdas, la inferior y la exterior; la exterior es la casa que habitáis
tu alma y tu cuerpo; la interior, es tu conciencia la cual debe habitar
Dios con todas sus intimidades: amarás, pues, las dos celdas, la
interior y la exterior presta la debida atención a cada una. Y por
último más abajo: La Celda es la tierra santa y el lugar santo donde el
Señor y su siervo hablan frecuentemente como dos amigos, el alma se une
al Verbo de Dios, la esposa a su esposo, las cosas de este mundo a las
de el cielo, las humanas a las divinas, puesto que es como un templo
santo de Dios, que no otra cosa es la celda del siervo del Señor. En el
templo y en la celda se tratan las cosas de Dios, pero con más
frecuencia en la celda. Y después de haber mezclado algunas otras cosas
añade: no es tiempo perdido vacar a Dios, sino más bien este es el
negocio de los negocios, y tal que quien no lo resuelve con ventajas en
la celda, cualquier cosa que haga fuera de esta -servir a Dios - es -
tiempo perdido (S.Ber. ad Fratres de Monte Dei).
A estas palabras de San Bernardo añadiremos otra autoridad de Dionisio Cartujano, el cual, hablando de los provechos de la celda y del modo con que se ha de salir de ella, dijo de esta manera: En
verdad que la celda es para el contemplativo la morada de salvación, el
trono de la paz interior, el consistorio de la contemplación
sobrenatural, morada celestial, lugar aromatizado, suelo de abundosos
consuelos, más aún el paraíso terreno de delicias. Con cuánta razón dijo
aquel abanderado de solitarios que se llamó Antonio: del modo que es necesaria
al pez el agua, así al monje la celda y cuando sin motivo se retarda
fuera de ella se causa la muerte como el pez que se queda en seco. De
aquí que es como otro vivificante panal de miel, y la fuente de todo
bien al monje, la constante permanencia en la celda. Porque el verdadero
habitador de la celda se adiestra en el trato con Dios, y habiendo
probado el fruto de la vida solitaria y su dulzura tiene miedo de salir
de ella; por eso Cuando se ve forzado a salir, se arma con la oración,
se signa con la cruz, ora al salir como quien sale del refugio y
fortaleza que le ponía a seguro de sus enemigos, como quien abandona el
campamento donde recibía esfuerzo para unirse con Dios haciéndolo más
hábil para aprovechar espiritualmente. (Dionis. Car. in lib. de Laude
vitae solitariae).
Los
ejercicios principales en que se ha de ocupar en la celda, dice nuestra
Regla claramente que son la oración y meditación de la Ley de Dios, a
la cual se reducen el estudio de las Sagradas Letras, la lección
espiritual o el escribir cosas piadosas que le puedan ayudar al provecho
espiritual. A esto también se reduce el ejercicio de compunción de
lágrimas y gemidos por sus pecados. Entre todos estos ejercicios tengo
por más provechoso la lección espiritual, rumiada y digerida con la
meditación de lo que se lee. Hay también otros ejercicios más rudos,
como son el trabajo de manos, para el cual el tiempo más oportuno es
después de comer, porque entonces la lección o meditación, u otros
ejercicios espirituales se prohíben porque son dañosos a la salud. Pero
advierta que no se engolfe mucho, no por mucho tiempo, en estos
trabajos corporales, porque suelen distraer el espíritu si no se toman
como medio para la remisión del ánimo, con lo cual puede volver mejor a
los ejercicios interiores, a los cuales se ordenan todos los exteriores
como muy bien declaró San Buenaventura:
Cuando
la obediencia, necesidad, urbanidad o la recreación te mueva a obras
exteriores las harás con perfección y sin apegarte a ellas tanto que
luego te sirvan de impedimento para la oración. Que, por eso, S.
Bernardo escribía a los monjes de Monte Dei: Se debe hacer alguna obra
manual, y así se suele mandar pero, no se ha de hacer de modo que sirva
de disipación, sino más bien como medio de nutrir y conservar el
espiritual gusto por las cosas interiores, como medio, en una palabra no
como fin. Por eso de tal modo se hará que cuando se haya de suspender
se deje con tal libertad que no se quede en aquellas cosas nuestro
querer, gusto o memoria. Teniendo muy en cuenta aquello de que, no se
hizo el hombre para la mujer sino la mujer para el hombre, y así tampoco
los ejercicios espirituales se han hecho para supeditarlos a los
corporales sino al contrario: los corporales se han puesto al servicio
de los espirituales (S. Buenaventura, 5,6, S. Bernar. ad Fratres de
Monte Dei).
El
modo que uno ha de tener en este trabajo de manos Jo declara
exactamente el sobredicho Dionisio Cartujano con las palabras
siguientes:
Al
dedicarse a trabajos manuales ha de hacerse, sabiduría y orden para no
darse con exceso, ni poner demasiado afecto en ellos, no sea que se
olvide de elevar el corazón a Dios con oraciones, con meditaciones, con
jaculatorias.
Como
norma ordinaria de conducía sígase esta: ordenar todas las obras
exteriores y corporales a las interiores y espirituales como se ordenan
los medios al fin: Por tanto, si alguna vez nos. diéramos a esas obras
con tal ahinco, o nos demoráramos en ellas, o de tal modo nos atrajeran
que fueran obstáculo al aumento de las virtudes, o a la intensidad de la devoción, o a la tranquilidad interior, o a la
guarda del corazón, o a la pureza de la contemplación, no cabe la menor
duda que serán perjudiciales y que seremos responsables de este daño. Y
hasta os advierto de otro peligro que hay en esta especie de
ocupaciones; sobre todo cuando se trata de cosas muy elegantes o
superfluas, es un peligro idéntico al que hay en la comida.
Las señales que
uno puede tener para conocer si el trabajo de^ manos que hace va con el
modo que debe, son: La primera, si oyendo la campana que toca al Oficio
Divino o a otro acto de obediencia, deja luego el trabajo de manos. La
segunda, cuando estando en la
oración o en el Coro, está con gran deseo de que se acabe presto, para
volver al trabajo de manos. La tercera, si acabado de decir la Misa,
cuando vuelve a su celda, luego se ocupa y derrama en el trabajo de
manos, habiendo en este tiempo de ocuparse en otros ejercicios
espirituales, como son orar, meditar, y si la cabeza y disposición
corporal no sufre esto, ocúpese en estudiar
o escribir, levantando de rato en rato el corazón a Dios. La última, si
cuando del trabajo de manos va a la oración y oficio divino le distrae y
ocupa la mente lo que ha trabajado o piensa trabajar, entonces es
señal que no se trabaja con la moderación que se debe.
De cómo uno de los medios de aprovechar en la vida eremítica es andar con fidelidad y verdad con sus superiores
Primeramente, el que anda con Dios en verdad, andará también con su Superior, Andar en verdad con su
superior es andar mirándole con ojos do viva fe, porque andar en fe y
verdad es lo mismo, y, como dice nuestra Regla, mirándole como al mismo
Cristo: Christum potius existimantes... [21]
Todo
el bien del ermitaño es andar mirando a su prelado como si fuera
Cristo, con estos ojos de fe; de aquí nacen innumerables bienes en
nuestras almas, por el honrar y estimar a nuestro prelado como a aquel
que representa a Cristo.
Segundo, el amarle íntimamente, con que echará de sí las murmuraciones y repugnancias interiores que se le pueden ofrecer.
Tercero,
el andar con fidelidad; descubriendo todas las necesidades y llagas de
su alma, para que él, como módico, las cure, pues Dios le tiene dado
este oficio; corno padre lo, consuele y se compadezca de él y le encomiende a Dios, y como prelado y pastor le gobierne y encamine a la perfección.
Todo él bien de un ermitaño consiste en andar con esta fidelidad y verdad a su prelado: Effundite coram illo corda vestra[22] y no es mucho, pues hace las veces de Dios.
Entre
los Padres antiguos del yermo, la cosa más practicada y enseñada a los
que se ejercitaban en esta vida, era dar cuenta a los prelados del
interior de su alma, conviene a saber, no solo de
sus pecados, sino también de sus tentaciones, sus pasiones y raíces de
ellas, sus afecciones, imaginaciones y, principalmente, el progreso de
la oración y de todos los demás ejercicios espirituales, y, finalmente,
en todas sus acciones, así interiores como exteriores, el gobernarse por
su consejo y parecer. Esto confirma Casiano con dos ejemplos
maravillosos; el uno de Herón, ermitaño de tan grande penitencia que
pocos había en el desierto que le pudiesen imitar, el cual, por haber
querido gobernarse por el propio juicio y parecer, vino a ser engañado
del demonio y echarse en un pozo.
El segundo es lo que le acaeció al abad Serapión siendo mancebo, el cual,
como por sugestión del demonio fuse persuadido a hurtar cada día a su
maestro la mitad del pan que tenía para su Sustento, sin poder vencer
jamás esta tentación, resolviose a declararla a su
maestro. No había aún bien declarado su tentación. cuando salió de su
seno el demonio en figura de una llama de fuego, con un hedor tan grande
que apenas podían estar el maestro y el discípulo en la celda.
Y
en caso que no haya prelado, debe siempre gobernarse por su confesor o
por varón prudente y espiritual, como eruditamente dice Ricardo: Anda
por buen camino el que todo lo hace con consejo, el que explica en la
confesión no sólo sus pecados sino hasta los primeros movimientos de su
corazón. Y, es que no podrá errar el que vive siempre aconsejado, así
como tampoco podrá ser engañado y: sorprendido por el enemigo quien
descubre y conoce sus modos de atacar. (Ricard in Cant. c. 39).
Esto
brevemente confirma Casiano: No hay vicio por medio del cual el diablo
arrastre con tanta rapidez y facilidad un religioso a la muerta eterna,
como con el desprecio de los consejos de los más antiguos, para guiarse por el propio juicio y determinación. (Cas. col. 2, c. I).
Por
donde, quien quisiere aprovechar en la vida eremítica, es necesario que
entre por esta puerta, porque este es el orden jerárquico que Dios ha
puesto en su Iglesia: Pues El quiere que el hombre se gobierne por otro
hombre, no quiere gobernarlo El inmediatamente.
La
razón de esto es para nuestra humildad; y los ángeles inferiores son
iluminados y purgados por los ángeles superiores, como cuando se saca
agua con una rueda de un río, que el primer arcaduz que coge agua la
vacía en otro, y aquel en otro, etc.
Y
no basta que uno sea sabio y prudente, y que, por ventura, sepa más
medicinas para sus llagas que su prelado: porque la ciencia propia no es
la que cura las llagas, sino la humildad y fe con que a nuestro
superior las descubrimos, que por ese medio tiene Dios librada nuestra
cura, Demás de esto, ninguno puede tener seguridad de la medicina que él
aplica a sus llagas por su voluntad y propio juicio, porque Dios no
tiene prometida su asistencia a lo que hace el súbdito para remedio de
sus pasiones y enfermedades, y así, ninguno puede estar cierto que
aquella medicina es la más conveniente, ni menos lo puede estar que sea
voluntad divina que aplique ésta y no otra. Pero puede estar seguro
cuando el prelado se la ordena, de suerte que es menester, para que
aproveche esta, medicina, que sea recetada por el prelado, a quien Dios
tiene prometido su concurso y asistencia, según lo que está escrito;
Quien a vosotros obedece a mi obedece. (Luc, X, 16).
Muchas
aguas había en Siria y, por ventura, mejores que las de Jerusalén, para
curar la lepra de Naamán. Pero la eficacia de la medicina con que fue
curado, no consistía tanto en los
baños de las aguas del Jordán, cuanto en haber sido aplicados por él
profeta Eliseo, cuando le dijo: Ve y lávate siete veces en el Jordán.
(II Reg. V, 10).
Muchos
remedios, por ventura, se hallarán para ayudar a un alma, que de su
naturaleza sean mejores y más proporcionados para este fin que los que
el prelado dará. Pero a quien con humildad se sujeta a pedir consejo a
su superior, esté cierto que lo que él dijere le aprovechará mucho más,
aunque parezca menos, porque en la boca del prelado el agua será
medicina, aunque parezca remedio bajo y desproporcionado.
Finalmente,
para concluir esta primera jornada, el último aviso que podemos dar al
ermitaño es, que para sacar fruto de la vida eremítica, procure hacer
todos los ejercicios que en ella se profesan con espíritu y fervor,
porque así como el espíritu les da vida a las cosas que se hacen, por
pequeñas que sean, así el hacerlas tibiamente, por vía de costumbre y
sin espíritu, se la quitan. Grande indiscreciones de aquel que pudiendo,
con un poco más de trabajo hacer las cosas con espirita y diligencia,
las hace sin él, trabajando día día y de noche sin fruto y sin gusto
interior. De este tal se puede decir que está en el Desierto de valde, y
que allí vive con el cuerpo, pero no con el espíritu, y que habiendo
venido a este santo lugar para mortificar pasiones y desarraigar vicios,
se quedará más inmortificado que antes. Hablando Eusebio Emiseno de
semejantes solitarios, dice así:
¿De
qué nos vale vivir en soledad, si reina con despotismo en nosotros la
malicia y nos. domina la ira, si nos movemos a obrar más por temor de
las miradas de los hombres que porque Dios conoce la intimidad de
nuestras obras, si creyendo que estamos fuera del mundo, si jactándonos
de haber dejado el mundo, resulta que tenemos ese mundo en nuestro
interior muy metido, como lo demuestra la condescendencia con diversas
pasiones, con vanas fantasías, con inútiles pensamientos? ¿Qué vale
gozar de un lugar pacífico únicamente en el orden corporal, si se tiene
en el alma guerra c inquietud? ¿Qué puede aprovechar, digo, el tener
silencio y quietud en la habitación, si en los que allí moran hay
tumulto de vicios y guerrear de pasiones; si embellece la superficie de
nuestro exterior la hermosura de la paz, y nuestro interior se halla
afeado por le conturbación de más horrible tempestad? Y más abajo:
Sepamos que muy poco o nada nos aprovecharía que mortificáramos nuestro
cuerpo con ayunos, abstinencias, vigilias, disciplinas, hábito rudo,
cama dura, y no purificáramos nuestras almas de los vicios, de la
agitación de las pasiones, de la soberbia, de la ira, de la impaciencia.
¿Qué puede aprovechar la penitencia corporal, si la detración regala
con su molicie el alma? ¿No se anulará todo nuestro trabajo? Oh, y qué
peligroso es ocupar inútilmente la celda en que podría vivir otro con
gran provecho de su alma y ayudando con sus obras de virtud y con sus
oraciones al fundador de la misma celda, a los bienhechores y a otras
muchas almas, (Euseb.Emis.)
Después
que el ermitaño se ha ejercitado por dos meses, poco más o menos, en
los ejercicios que arriba habernos referido, será conveniente que pase a
otros ejercicios más altos y más nobles, en los, cuales se habrá de
detener por más tiempo que en los pasados.
El
fin de los ejercicios de esta segunda jornada es procurar con gran
diligencia una reformación del hombre interior, refrenando y
mortificando toda las pasiones con el ejercicio de las virtudes, y
aspirar a iluminar el entendimiento, haciéndole capaz, con. el: estudio
de la oración y contemplación, para que se levante a más alto
conocimiento de las cosas divinas y celestiales, con que el hombre se
hace más semejante a Dios y más próximo a la transformación y unión con
El, como diremos en la tercera jornada. Este camino contiene dos
principales ejercicios: el uno de mortificar pasiones y el otro de
adquirir virtudes.
El
blanco o fin de esta segunda jornada es adquirir la pureza de corazón,
la cual se granjea por dos vías. La una es la mortificación de las
pasiones y adquisición de las virtudes, ayudándose en esto de la
imitación de la vida de Jesucristo.
La
otra es el conocimiento de Dios por meditación o contemplacíón; y así,
para andar perfectamente esta jornada, ninguna cosa más nos puede ayudar
que la consideración e imitación de la vida "y pasión de Cristo
Nuestro Redentor; porque ninguna cosa más nos descubre quien es Dios y
sus perfecciones y atributos, que Cristo, en el cual resplandece,
maravillosamente la omnipotencia, grandeza, sabiduría, bondad,
misericordia y justicia divina; y así mismo, ningún dechado podemos
tener delante de los ojos, ni tan perfecto, ni que así mueva y enseñe
las obras y ejercicios de todas las virtudes, como es la vida de Cristo;
y, por tanto, toda esta segunda jornada principalmente consiste en
conocer e imitar a Jesucristo, como único y principal medio para venir a
alcanzar un altísimo y perfectísimo conocimiento de Dios y perfectas
virtudes, que son el medio para el perfecto amor y unión con Dios.
Porque, si Jesucristo es la puerta para el Padre, el que no entrare por
esta puerta se despida de alcanzar perfecta oración.
Es
la meditación e imitación de Cristo provechossima, segurísima y de gran
merecimiento, y el camino muy breve y el más alto de todos, y así,
mientras viviéremos, no conviene dejar este camino; de lo cual
pudiéramos decir mucho si la brevedad de este tratado nos diera lugar, en el cual sólo pondremos tres ejercicios, que son los más propios de esta jornada.
El
primer ejercicio de esta segunda jornada es la mortificación y
abnegación de las pasiones del alma, procurando el hombre hacer guerra a
sus pasiones, a sus gustos, comodidades, descanso, sentidos, propio
juicio, propia voluntad, honra, provechos, consuelos y todos los demás
desórdenes de la razón. Y porque en esta moderación de pasiones consiste
la esencia de Ias virtudes morales, por esto, ejercitándose esta
mortificación juntamente se van ejercitando e jntroduciendo las virtudes
en el alma; y así, toda la dificultad de este negocio está en esta
mortificación y negación de sí mismo; por lo cual dijo bien Casiano que
era doblado más trabajo el mortificar y desarraigar pasiones, que el
alcanzar virtudes.
En
el mortificar pasiones ha de procurar cada uno comenzar, (como aconseja
el mismo Casiano), por aquellas que hacen más guerra y son más
poderosas, las cuales son de ordinario las que capitanean a las demás, y
asi, vencida la principal, desfallecen las otras.
Lo
mismo que habernos dicho de las pasiones, se ha de entender en el
ejercicio de las virtudes. Principalmente ha de procurar ejercitar entre
las morales la humildad, paciencia y obediencia; y así en las virtudes
como en las pasiones, no se debe alguno asegurar que tiene vencidas las
unas y alcanzadas las otras por sentir en sí grandes deseos y hacer
interiormente muchos actos, hasta que se prueben con sus contrarios,
porque la ocasión es el perfecto crisol de lo que cada uno es, y no
basta una o dos ocasiones, sino muchas y de mucho tiempo; y aquella es
la más fin prueba, cuando el hombre se halla en ella sin
devoción sensible, sino antes con tedio y sequedad, porque si tiene
hábito de virtud, obrará conforme a él, y sí entonces falta en hacer lo
que debe, echará de ver que no le tiene.
Esto
es lo que pertenece al primer ejercicio de que caminan por esta segunda
jornada, que es de purgación de pasiones mediante el ejercicio de las
virtudes y abnegación total de sí mismo, porque esto es la que el hombre
ha de fijar en su alma si quiere aprovechar, y a esto se ha de dedicar
con todas sus fuerzas, y determinarse a no buscarse a sí en cosa
alguna, y a no tener elección ni gusto en cosa criada, sino abrazarse
con el beneplácito y voluntad divina, y con fuerte ánimo tomar la cruz
de la mortificación, trabajos y tribulaciones, y seguir a Cristo.
El
segundo ejercicio es de conocimiento de Jesucristo Nuestro Señor, y
este ha de ser el principal y, para decirlo asi, el pan cotidiano de
esta segunda jornada. Este conocimiento puede ser en dos maneras: o
conociendo a Cristo en sí mismo, según por la fe y contemplación en esta
vida se alcanza, o conociéndole en orden a nosotros, en cuanto es autor
de todo nuestro bien. Aquí entra el conocimiento del beneficio de
nuestra creación, conservación, redención, vocación y otros
particulares.
El
primer conocimiento es más alto y perfecto; pero el segundo, a los que
van por este camino, más provechoso, más propio y más acomodado para
encender el alma en amor de Dios, cuya leña suelen ser los beneficios; y
así, en esta segunda jornada comienza el alma a alzar los ojos a
conocer el principio de su ser natural y al conservador de él, y a
mirar cómo en todas estas criaturas hay unas como escaleras para conocer
el poder, saber y bondad de Dios, y cómo las tiene Dios ordenadas al
servicio del hombre, para que conozca y ame más a Dios. Pero entre todas
las obras de Dios, la más excelente y Ja que más aficiona al hombre es
el beneficio de la Redención, y el habernos dado Dios a su Unigénito
Hijo para Maestro y Hermano nuestro y para que no sólo sea nuestra
Redención y salud, sino un medio principalísimo para conocer a Dios; y
así,ha de echar el hombre el resto de la consideración en contemplar o
meditar la vida de Cristo, procurando rastrear por aquí el grande amor
que Dios nos tuvo, la gran misericordia que usó con nsotros y, por el
consiguiente, la gran bondad que habrá en este Dios, la sabiduría y
prudencia en haber hallado un medio tan proporcionado para nuestro
remedio y su gloria, y, principalmente, acerca de Cristo debe ponderar
cuánto nos ha estimado y amado, cuánto ha heoho y padecido por nosotros y cuántos beneficios nos han venido de su mano.
Para
esto debe meditar principalmente estas cinco cosas; La primera, quién
es el que padece; segunda, qué padece; tercera, qué grandes son los
dolores que padece; cuarta, por quién los padece; quinta, el amor con
que los padece. Porque todas estas, son centellas que encienden y
abrasan el alma.
Asimismo
ha de mirar las virtudes de Cristo, mirando el modo que guardó en su
vida y en su pasión, conviene a saber: la obediencia en que vivió y
murió, Ja resignación, la humildad y paciencia con que padeció,
procurando cuanto le fuere posible imitar éstas y las demás, virtudes; y
hase de ejercitar continuamente en estas santas meditaciones, hasta
tanto que venga a hacer un hábito y granjear una presencia de Cristo tan
ordinaria que siempre tenga a Cristo Crucificado delante de los ojos
interiores y esté como transformado en su imagen y virtudes.
Para
ayudar a esta consideración ha de leer los libros más devotos que
tratan de las consideraciones y meditaciones de la vida de Cristo, y ha
de procurar que su oración sea siempre en la humanidad de Cristo,
sacando de elIa luz de conocimiento de Dios, y agradecimiento de los
beneficios recibidos de su mano, y un gran deseo de imitar sus virtudes
y, en particular, un grande afecto acerca de Jesucristo.
Este
tercer ejercicio se ordena propiamente al ejercicio del amor o vía
afectiva, enderezando este amor a Cnisto nuestro Bien, procurando que
nazca de uno de tres principios: o de la consideración de los
beneficiofs recibidos de su mano; o del amor con que Cristo tánto nos
amó, el cual nos obliga, según el Apóstol, a pagarle con amor; Ckariias
Christi urj/et nos, ut qui vivuntjam non sibi vivante sed ei qui pro
ipsis maríuus est; (1) La caridad de Cristo nos constriñe... para que
los que viven no vivan ya para si, si no para aquel que por ellos murió,
(II Cor. V. 4). o, finalmente, este amor ha de nacer de una
complacencia amorosa de que Cristo sea quien es, conviene a saber:
hombre y Dios con infinita plenitud de perfecciones y gracias, y procure
tener, si posible fuera, una inmensa complacencia de que Cristo sea
Hijo de Dios y Dios por naturaleza, y repita aquestas palabras: Este es
mi Hijo muy amado en quien tengo mis complacencias. (Mat. III, 17).
También se ha de ejercitar en aspiraciones de amor, diciendo de esta o
semejante manera: «¿Cuándo, Señor, seré agradecido de tanto amor y
tantos beneficios? ¿Cuándo pagaré con obras y con amor tanto amor? ¡Oh,
Señor; quién se entregase todo a Vos y, ya que no puede pagar lo que
debe, pagase lo que puede!
Finalmente,
ha de ir, cuándo estuviere bien ejercitado en este ejercicio,
procurando sacar de todas las cosas-amor, como lo enseña San
Buenaventura, levantando en cada ocasión la voluntad con actos
anagógicos a Dios. Pongamos ejemplo en esta palabra: «Padre Nuestro que
estás en los cielos, etc.» « iOh, Padre de amor
y misericordia! ¡oh, quién fuese fiel hijo y os amase como debe! Que
estáis en los cielos, donde sois amado, Señor mío, de los
bienaventurados con tanto exceso de gloria. !Oh, quién os amase, Señor,
en este destierro sobre todas las cosas! Y lo mismo ha de procurar en
cualquiera criatura que el hombre ve, o en cualquiera acción que hace;
asi, cuando va a comer, levante el corazón y diga: «¿Cuándo comeré yo,
Señor, aquel Pan de hartura, aquel Pan de los ángeles?». O si bebe
¿Cuándo beberé yo aquella agua viva, aquel amor que apaga el amor de
todas las cosas de la tierra?».
El fin a
que se ordenan todos estos ejercicios es la pureza de corazón, porque
para contemplar a Dios y gastarle espiritualmente, es necesario que
primero el corazón esté puro y límpío, según ensenó Cristo Nuestro
Redentor por aquellas palabras: Bienaventurados los limpios de corazón
(Mat V, 9). Esta pureza de corazón se alcanza primeramente por la
continua compunción, por Ja mortificación de las pasiones, de la propia
voluntad, propio juicio y propio sentido, y, finalmente, de cualquiera
otra cosa en que el hombre se busque a sí. Por donde, hasta que muera el
hombre a los deseos y gustos de todas las cosas criadas, no alcanzará
perfectamente esta pureza. Para lo cual también es necesario el
abstenerse de todas las cosas que no le tocan ni están a su cargo, de
los cuidados y solicitud de la demasiada familiaridad y convorcación, y
de cualquier ocupación inútil y superflua, y, finalmente, de todas
aquellas cosas que distraen y enlazan el corazón, o le pintan y ocupan
con sus representaciones e imágenes, principalmente cuando en las tales
cosas no se busca la gloria de Dios, o no son encargadas por la santa
obediencia.
Por
tanto, ha de procurar el alma una santa igualdad y paz entre las cosas
tristes y alegres, prósperas y adversas, y estar con grande libertad,
sin apegarse a criatura alguna, sin rendirse a ningún deseo, ni admitir
ningunas imágenes ni representaciones de cosas que no sean Dios o
encamidadas a El, procurando que su conversación y trato sea solamente
con Dios. Y porque esta pureza de corazón es de tanta importancia para
la vida espiritual, pondré aqui las palabras que dice un Doctor hablando de
ella de esta mañera: «Para alzanzar, dice, la pureza y perfección del
corazón, en breves palabras diré muchas cosas. Elige una vida abstraída y
solitaria, cuanto tu estado lo permitiere, de toda conversación humana;
demás de esto, no solamente de los hombres, sino también de las
ocupaciones, de los cuidados del alma, de las pláticas no necesarias y
de todos los negocios del mundo te debes abstraer y enajenar, para que
así puedas mejor vacar a mí con silencio y humildad de corazón. Deja
todos los deleites y gustos de los sentidos, si no fuere en caso de
necesidad o enfermedad. Aspira siempre a esta pureza de corazón, y, para
que mejor la alcances, pon todos tus sentidos debajo de la disciplina
de la mortificación; ten cerrada con gran vigilancia la puerta de tu
corazón, y no permitas que entre en él cosa que le inficione, que le
perturbe, que le ensucie o que le fatigue. Así mismo has de procurar
grandemente tener el entendimiento desnudo y desocupado de las formas e
imágenes de las cosas criadas, y el afecto de toda viciosa inclinación y
libre de toda criatura, para que así todo tu espíritu junto y adunado
se oonvierta a mi y toda el alma se junte conmigo, toda descanse en mí y, trascendiendo
toda criatura, a Mi solo y continuamentey sin cesar me mire y me ame, y
busque, olvidada de sí, a Mí solo; esto es: mi beneplácito en todas las
cosas, tomando y aceptando de mi mano cualquier cosa que yo ordenare de
tí, con plenísima abnegación y mortificación de tí mismo, con perfectisima humildad, paciencia y hacimiento de gracias.
Esta
pureza de corazón se conserva procurando algún santo ejercicio, con el
cual el corazón ocupacdo no dé lugar ni entrada a ningún pensamiento que
pueda da manchar esta pureza. Estos ejercici os han de ser, o de santas
meditaciones, o contemplación de la vida de Chisto Nuestro Redentor, o
de su divinidad, o de continuas aspiraciones.
El corazón humano se ha de purificar y purgar todas estas cosas: Primeramente, del amor de todas las cosas temporales. Segundo,
de todo género de intención que no sea recta. Tercero, de cualquiera
delectación mundana: Cuarto, del deseo desordenado de agradar a los
hombres. Quinto, dé todo pensamiento no solamente malo, sino inútil y
ocioso. Sexto, de todo cuidado superfluo. Séptimo, de toda amargura de
corazón. Octavo, de toda vana complacencia. Nono, de cualquiera
consolación de criaturas. Décimo, de toda inquietud e impaciencia.
Undécimo, de cualquier asimiento a la propia voluntad. Duodécimo, de
todo propio juicio.
Estos
son los ejercicios que propiamente pertenecen a esta segunda jornada,
la cual es más larga que la primera, porque los ejercicios de ella, que
son mortificar pasiones y granjear virtudes, juntamente crecer más la
luz y conocimiento de las cosas divinas, piden más tiempo. Pero hase de
advertir que, aunque en esta segunda jornada el pan cotidiano sean los
ejercicios que ahora acabamos de decir, pero no por eso se han de dejar
los ejercicios de la primera jornada, principalmente la continua
compunción y contrición de los pecados; de la cual se sacan dos grandes
frutos para el alma. El primero es que por aquí se alcanza más
brevemente la pureza de corazón que por otro medio ninguno. El segundo,
que el tilma cada día más se va fundando en el propio conocimiento, en
el temor de Dios, en él odio y aborrecimiento de sí mismo, que son las
piedras fundamentales del edificio espiritual; y así, estos ejercicios
nunca sé han de perder dé vista, por muy aprovechada que esté un alma.
Cuánto
tiempo hayan de durar los ejercicios de esta segunda jornada,
difícilmente se podría dar regla, porque no todos igualmente ni con
igual estudio tratan destos ejercicios. Regularmente podríamos decir que
el tiempo de seis, u ocho meses sería suficiente para aprovechar
medianamente en semejantes ejercicios y pasar a los de la tercera
jornada, que son más espirituales y más nobles; aunque así como en la
segunda jornada no se han de dejar los ejercicios de te primera, así en
la tercera no se han de dejar estos que son propios de la segunda,
especialmente que siempre hay que arrancar raices de pasiones y
perfeccionarse en el ejercicio de las virtudes hasta que estas se hagan
cosa amada del alma y se ejerciten no sólo con facilidad, sino también
oon suavidad y gusto.
Ya
es tiempo que el verdadero solitario, después de haber ejercitado sus
sentidos interiores y exteriores, y dándoles pasto, según los ejercicios
dichos en la primera y segunda jornada, como otro Moisés, Pastoree el
rebaño hacia la soledad; esto
es, que encamine todas sus potencias a lo más interior del desierto,
que son a los ejercicios más interiores, más altos y más espirituales
que hasta aquí, y que comience ya a tratar de una íntima unión y
transformación de su alma en Dios.
Los
ejercicios más propios para llegar a esta unión con Dios son en dos
maneras: unos los que pertenecen a la voluntad, y consisten en unos
vivos y encendidos deseos de unirse y transformarse con Dios. Los
segundos son propios del entendimiento, y estos consisten en el
conocimiento y contemplación de Dios, de sus divinos atributos y
perfecciones. De estos trataremos brevemente, y después diremos de los
primeros.
Cuando
Dios mira un alma purgada y adornada con la pureza del corazón y las
demás virtudes que la acompañan, como son humildad, paciencia,
mansedumbre, castidad y justicia, entonces, como Padre de misericordia y
bondad, le infunde un rayo de particular luz e inteligencia, para que
más alta y profundamente le pueda conocer y contemplar, como
elegantemente escribe el Cartujano:
Cuando
Dios encuentra un alma purificada por la hamildad, paciencia,
mansedumbre, castidad, justicia, etc., y adornada de todas las otras
virtudes morales, anhelante de verdad, ansiosa de refrigerarse en la
fuente de la sabiduría, de modo que pueda penetrar con más agudeza las
cosas de la y sus razones para que pueda cantar con alegría aquello del
salmo 15: «Bendeciré al Señor que me ha concedido la inteligencia».
Cuan grato y digno de ser deseado, lo dice el Profeta. Ps. 93. «Dichoso
el hombre a quien tu enseñares, Señor y a quien adoctrinares en tu ley».
Por lo que el Apóstol San Juan escribe de estos que ya están purgados;
La unción del Señor les enseñará todas las cosas-. (Carth. De Fonte
lucis, c VIII).
Diremos
brevemente cuál haya de ser la materia de contemplación de esta tercera
jornada, dejando aparte otras muchas cosas que más largamente dijimos
en el libro cuarto «De Contemplat. Div.» Ahora, para mayor brevedad y
claridad, distinguiremos la materia o, por mejor decir, los grados de
contemplación en que se deben ejercitar los que caminan por esta
tercera jornada.
El primer grado consiste en la contemplación de nuestra alma, que como es imagen de Dios, fácilmente por
ella se levanta nuestro entendimiento al conocimiento del mismo Dios.
El principal espejo quo hay en esta vida para ver a Dios es el alma
racional, y si, como dice el Apóstol: « Lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, se alcanzan a conocer por las criaturas» (Rom. I, 20) en
ninguna criatura hallaremos más expresas pisadas de lo quo es Dios; y
así, el que quisiere ver y conocer a Dios, limpie y purifique el espejo
de su alma, y comenzará por aqui, mediante un rayo de la divina luz, a
conocer a Dios.
Por esto decia David: Sobre manera admirable es para mi tanta ciencia (Ps 148, 6).Y el glorioso Padre S. Agustín, que fué muy versado en este ejercicio de conocer a Dios por nuestra alma, dice de esta manera: Pues
¿qué amo yo cuando amo a mi Dios? ¿Quién es aquel sobre la cabeza de mi
alma? Por mi alma subiré a El. Excederé mi fuerza propia, con la cual
estoy sujeto a mi cuerpo y por la que le doy vida. Y más abajo (c. 27). Tarde
te amé belleza tan antigua y tan nueva: tarde te amé y tú eres intima a
mi, y yo te buscaba fuera de mí, y yo me afeaba con la belleza de las
criaturas: estabas conmigo y yo me iba de contigo, me detenian alejado
de tí las cosas que sin tí nunca habrían existido.
Y
porque más largamente tratamos de este género de contemplación y del
modo como prácticamente habernos de subir del conocimiento de nuestra
alma al de Dios, en el libro cuarto «De Contemplat. Div.»,c. II, et III,
aquí no diremos más.
Aquí,
en este estado, ha de procurar ejorcitarse muy de ordinario en la
contemplación de la Pasión y vida de Cristo Nuestro Redentor, con un
modo más alto y más intelectual que los que caminan por la segunda o
primera jornada, contemplando las infinitas perfecciones de Dios como
resplandecen en la Santísima Humanidad de Cristo, y, juntamente, los
inmensos beneficios que por medio de Cristo habemos recibido de Dios;
finalmente, las maravillosas virtudes que en Cristo florecieron,
procurando imitarlas con toda diligencia y cuidado.
Puede
también en este estado ocuparse en la contemplación de las
perfecciones divinas, poniendo inmediatamente los ojos, mediante la
divina gracia, sin subir por las escaleras de las criaturas, en Dios, La
materia de esta contemplación la declaró brevemente Dionisio Cartujano
poniendo todas las cosas que podemos contemplar en Dios:
Cómo,
dice, Dios sea bondad pura, verdad sempiterna, unidad simplicisima,
acto puro, omnipotente virtud, santidad ejemplar, sabiduría eternal,
causa y razón ideal de todas las cosas. Norma primera de toda rectitud, justicia verdad y virtud.
Ser
en quien existe toda nobleza, toda belleza, toda justicia, la más
sublime caridad, la más absoluta libertad, toda perfección sin medida y fin,
pero unida a la mayor simplicidad, de tal modo que todas estas cosas se
identifican en Dios, viniendo a formar una unidad, la misma unidad de
Dios, o sea, su simplícísimo y riquísimo ser, tan infinita e
incomprensiblemente perfecto, que comprenda todas estas cosas en un
grado eminentísimo, todo lo cual puede contemplarlo aqui. (De fonte
lucis c 11).
No es ajena de este eátado la contemplación pro funda de la Santísima Trinidad, la cual a pocos es conocida,
sino es a almas purísimas y muy ejercitadas en la divina contemplación.
La materia de esta contemplación es también altísima, como lo es el
objeto, la cual brevemente declaramos en nuestro lib. III «De Orat.
Div»., por estas palabras:
A
esta clase de contemplación pertenece considerar de qué manera se
verifique en Dios, ser simplícísimo, el concepto de generación, cual es
la emanación del Verbo Eterno del Padre, quien conociéndose y
contemplándose en un acto infinito, forma en si y profiere al Verbo
Eterno. Pues bien, lo que de sí y en sí conoce y ve, esto habla ad intra y produce y, como en un único acto conoce perfcctísimamente
a si mismo y a todas las cosas; por eso con una palabra interna—a
saber, la generación mental—se expresa a sí mismo y a todas las cosas ad intra y
engendra a el único Verbo, que es su perfecta y natural imagen, su
resplandor, su Hijo, el ejemplar, de todas las cosas, por tanto la razón
e idea arquetipa de todo el mundo, de quien dice San Agustín: quien
negare el mundo negará también su arquetipo y al Hijo de Dios. De aquí
es que el Verbo Eterno tiene la misma naturaleza que el Padre, y tiene
revertida toda su majestad y perfección; que por eso afirma San Agustín
en el lib. V de Trin.:
«El
Padre, como diciéndose en una palabra, engendra al Verbo igual a sí
mismo». Pero no para aquí, sino que también pertenece a esta clase de
contemplación considerar de qué manera el Hijo y el Padre, mirándose
mutuamente, amándose incomprensible y suavísimamente, producen y aspiran
ad intra al
increado, pleno e infinito amor, proporcionado a su facultad infinita
que es amor unión de entrambos. Pues bien, al modo que es el Verbo la
emanación del entendimiento, así es el amor la emanación de la
voluntad. Por fin pertenece a esta clase de contemplación considerar
cuan verdaderamente feliz y dichosísima sea la vida de esta Beatísima
Trinidad, de qué manera estas tres venerabilísimas, sublimísimas,
santísimas personas mutuamente se contemplen y comprendan, de qué
manera se amen mutualmente con ardentísimo inmenso amor, de qué manera
se complazcan mutua y perfecíísimamente y se gocen felicísimamente, y
qué comunicación tan plena exista entre ellas, y qué gloriosísima
coexistencia eterna. (lib. III de Orat div. c. XV, 3)
Otros
objetos hay, los cuales, en la contémplación de la Santísima Trinidad,
inflaman nuestra voluntad y aumentan la devoción, y que, supuesta la
voluntad de nuestra fe, más fácilmente se entienden y con más fruto se
contemplan y con más suavidad se gustan y, lo que más importa, ayudan
para que nuestra alma esté más fija y encendida en el amor de Dios, de
los cuales tratamos más largamente en el lib. 4 «De Contempl. capítulo XVII».
Habemos
tratado de los ejercicios más nobles del entendimiento, que son los de
la contemplación de las cosas divinas, como de un medio principal para
venir al perfecto amor de Dios, porque es cierto que al más perfecto
conocimiento de Dios se sigue más perfecto amor del mismo Dios. Ahora
resta que tratemos de otro camino de la voluntad, el cual es más breve
para llegar no solamente a la pureza del corazón, sino también a la más
perfecta unión con Dios, el cual propiamente consiste en oraciones
jaculatorias, o actos anagógicos, que son los principales ejercicios de
la parte afectiva.
Pero,
es desadvertir que a estos ejercicios afectuosos puede preceder no
solamente el conocimiento alcanzado por contemplación, sino también el
que se tiene por fe, la cual nos enseña que Dios es infinitamente
amabilísimo, dulcísimo, y algunas veces, sin conocimiento alguno
particular de lo que es Dios, solo con una noticia general y confusa de
El, sin tener conocimiento particular de las perfecciones o atributos
divinos, el alma se ejercita más vivamente en actos anagógicos,
aspiraciones y vivos deseos de unirse y juntarse con Dios, habiéndose en
este camino como el ciego que se asienta a la mesa a comer, que no
trata tanto de ver los manjares cuanto de gustarlos y comerlos. Así el
alma que camina por este camino, asentada una vez en esta verdad que la
fe nos enseña, que en esta vida no podemos conocer a Dios como El es,
por ser inefable e incomprensible, y nuestro entendímiento
muy corto y desproporcionado para conocerle, y que, juntamente. Dios es
infinitamente digno de ser alabado y amado, con este conocimiento
general de Dios hase de levantar, sin acordarse más de conoci miento
alguno particular, con aspiraciones y encendidos deseos de Dios,
deseando hacerse una misma cosa, una misma voluntad y un mismo espíritu
con El. Pero se ha de advertir mucho que, aunque el princíp ejercicio de
esta tercera jornada sea el que habemos dicho, no por eso so excluyen
otros ejercicios de particulares conocimientos de Dios y de Cristo
Nuestro Redentor, y de los actos de las virtudes; y así, cuando se
sintiere tibio, debe procurar inflamarse y levant el corazón mediante
cualquiera noticia y conocimiento que más a su propósito le haga para
encender este fuego en el corazón. Pero, después de encendido, de dejar
estas noticias particulares y entrar en ejercicio de los actos
anagógicos, porque poco a poco y en breve tiempo irá experimentando en sí una
sed y hambre de Dios, y de estos actos sueltos e interrumpidos subirá
en breve a un acto continuo de amor y a una pura contemplación, hasta
tanto quo llegue a la perfecta unión con Dios.
Para
qne más fácilmente pueda estar versado en este feliz ejercicio de las
divinas aspiraciones, pondremos aquí algunas, que serán como forma y
ejemplo, para que cada uno halle otras semejantes a ellas, según que el
amor divino le inflamare:
Oh,
cuando moriré a mí mismo de un modo perfecto para verme libre de todas
las criaturas. Oh, ojalá que fuera verdaderamente manso y humilde de
corazón, y 'verdadero pobre de espíritu. Dame, Señor, que mediante una
perfecta renuncia a mi mismo, por la total mortificación de todos los
vicios, logre conseguir un perfecto amor de Tí. Tu mandaste que te
amase, pues dame lo que me mandas y mándame lo que quieras; concédeme
que te ame con todas las fuerzas de mi corazón. Dígnate reparar mis
fuerzas con las tuyas. Limpia mi inteligencia y púrgala de toda imagen
de cosa vana y caduca.
Otórgame que sepa vivir en mi intimidad con Dios. Concédeme que
mediante la estabilidad de mi pensamiento, y claridad de juicio, y fervor
de amor pueda siempre correr en tí. Oh buen Jesús, oh esperanza mía,
oh refugio mío, oh amado, oh amado, oh amado, oh el más amable de
cuantos son amables, oh mi único amor, oh esposo florido, oh esposo
dulcísimo, oh dulzura de mi corazón, oh vida de mi alma, oh esencia de
mi ser, oh feliz descanso de mi espíritu, oh mi deseado consuelo y
sincero gozo, oh encantador día de lo eternidad y serena
luz de mis intimidades, oh mi llave esplendorosa y apacible heredad, oh
amable principio mío y suficiencia mía. Dios mío. ¿Qué puedo desear si
no eres tú? Tú eres mi verdadero y eterno bien. Pues arrebátame en pos
de tí, para que siga constantemente tus huellas atraído por tus
vivificantes perfumes
Prepara amado mío, prepárate una amena y grata morada en mí para que vengas a mí y puedas establecer tu habitación. Mortifica y aleja
de mí cuanto te desagrada. Apártame de todas las cosas más bajas que
tu. Hazme un hombre según tu corazón, hazme conforme a tu sagrada
Humanidad. Hiere las intimidades de mi corazón con los dardos de tu
amor. Embriaga mi espíritu con el vino de tu perfecto amor, unidme a vos
y transformadme en vos para que podáis tener vuestro regalo conmigo.
Grande
es el fruto que se sigue en el alma con la frecuencia y continuación de
estas aspiraciones, porque, como habemos significado más arriba, no
hay medio más eficaz para conseguir perfectamente el amor divino. Con
este ejercicio enciende el Espíritu Santo un fuego en nuestra alma con
que nuestros pecados son purgados, enfrenadas nuestras pasiones y todas las tentaciones vencidas con un modo maravilloso, porque entrándonos en Dios por estos saltos de amor,
fácilmente huimos los golpes del enemigo, y nuestra carne queda tan
debilitada en sus operaciones y gustos que nadie lo creerá sino quien lo
experimente. Y para decir en una palabra todas las utilidades destas
divinas aspiraciones, bastará decir que con este ejercicio, por ser de
caridad y de amor, trae consigo el ejercicio y afecto de todas las
virtudes; con éste el alma se ptirifica, se ilumina, se inflama y casi
toda está transformada en Dios.
El
primer aviso sea, que aunque estas aspiraciones sean tan provechosas
como habernos dicho, pero es necesario que use con prudencia y
discreción de este ejercicio. Lo uno, porque con violencia debilitan
mucho las fuerzas y cabeza. Lo otro, porque no le acaezca que,
olvidado del ejercicio de las virtudes morales, se halle cuando menos se
piense sin ellas y sin lo que pretende; y así, ha de ejercitarse y
salir destos actos, con que se entra en Dios, al ejercicio de las
virtudes y actos de ellas, en particular de la humildad, de la
resignacióh, del agradecimiento, y a mirar la vida de Cristo y,
particularmente, el grande amor que nos tuvo, que es la materia más
propia de la vía unitiva, porque habiendo esto, sin duda, cuando vuelva
a entrarse en Dies con el ejercicio del amor unitivo, estará mucho más
dispuesto y más asemejado a Dios, y, por
el
consiguiente, más dispuesto a la unión y transformación del alma; por
donde los no salen a este ejercicio de virtudes, suelen parar a un fals
ocio y quietud natural, y asi les parece que está su alma con descanso y
sosiego y muy cerca de Dios como quiera que no lo está sino de sí mismo, y muy lejos
de las verdaderas virtudes; y así, es necesario que se vayan renovando
en el alma alternative estos dos ejercicios, conviene a saber, el amor
unitivo y el ejercicio de las virtudes y de la mortificación de si mismo, mirando para esto por dechado la vida de Cristo Nuestro Redentor.
El
segundo aviso sea, que en este camino procu mirar de ordinario a Dios
con una simple vista, sii otros discursos, como a una fuente y abismo de
toda perfección y de todo amor criado, y como un ente y sustancia
incomprensible, y que infinitamente excede a todo aquello que nosotros
podemos entender del mismo Dios; y deléitese y tenga una complacencia
casi inclusa de que su Dios sea infinitamente amado y dig no de infinita gloria y honra.
Haga
también actos de amor, holgándose de todas las perfecciones divinas,
descendiendo particularmente a alguna dellas, como son de que sea
infinitamente bueno, sabio, poderoso, etc.; y desee que sea adorado y
glorificado de todas las criaturas del cielo y de la tierra, y que todos
los Santos del cielo y todas las criaturas del mundo le conozcan, le honren, le adoren y amen.
Duélase
de los pecados y ofensas que se han cometido y cometen contra un Dios
tan bueno, y particularmente de los suyos, y ofrézcase en sacrificio de
amor, resignándose en las manos de este gran Dios, para que haga en él
su santísima voluntad en el tiempo y en la eternidad.
Finalmente,
el principal ejercicio desta jornada consiste en dos cosas, las cuales
parece que incluyen a todos los demás ejercicios que son: la primera,
una aversión de todo lo temporal y sensible por medio de la contrición,
mortificación y abstracción de todas las cosas, en las cuales cosas
diremos que consiste la pureza del corazón, y esta aversión se ejercita
dando un hombre pie a todas las criaturas y como volviéndolas las
espaldas, renunciando a todas ellas, diciendo aquellas palabras de
David: Y rehusaba mi alma todo consuelo (Ps. LXX, 3)- o aquellas Volaría a un lugar de reposo, huiría lejos y moraría en el desierto (Ps. LV-8; Vulg. LIV),o las de Job: Por eso prefería la muerte a estos tormentos (Job., VII, 5). etc.,
con las cuales parece que un hombre se despide, da el último adiós a
todos los gustos, contentos, tratos y familiaridad de las cosas de la
tierra.
La
segunda es una fuerte conversión a Dios mediante las aspiraciones y
ejercicios que habemos dicho. Estos son los dos nortes entre los cuales
de ordinario se ha de caminar en esta tercera jornada. Pero, para que
mejor se alcance esta unión, ayuda también, como habemos dicho, el
ejercicio de las virtudes y el tener siempre los ojos en la vida de
Cristo Nuestro Redentor y en sus perfecciones santísimas.
Donde se ponen unas advertencias para los que acabando el año del desierto se vuelven a sus conventos
Ya se supone que los que van al santo Desierto por
un año, al fin de él han de volver a sus propios conventos, o al que el
Superior le señalare. Pero se presume que han de volver mejorados,
renovados y ricos de virtudes y dones, porque esta es la
intención de la Religión, la cual por este tiempo se priva del
emolumento y servicio que podía tener de sus hijos, para recuperarlos
después con logro y ganancia espiritual de la misma Religión; porque en
lugar de un hijo, por ventura imperfecto y de poca virtud de que se
priva, recibe después un hijo aventajado, perfecto en las virtudes y
ejercitado en la obediencia y puntual observancia de su Instituto, de
quien puede esperar que con su ejemplo y fervor ayudará a todos los
demás de aquel convento, que, como por experiencia se ve, un buen
religioso y de veras observante basta para promover a otros muchos a
esto mismo; y asi, persuádase el ermitaño que si no sale del desierto
tan aprovechado que pueda ayudar a otros con su ejemplo, que no ha
hecho ni cumplido con el intento y fin que la Religión tuvo en enviarle
al desierto. Demás, que podrá ser, cuando faltare en esto, que haga más
daño a otros que otro cualquiera religioso de la comunidad, porque uno
que viene del Santo Desierto remiso y tibio y tan inmortificado como se
fué, arguye o que ha sido muy flojo y negligente, o que la vida del
Desierto no es suficiente para perfeccionar a los que la profesan, con
que se les quita la gana a otros de ir al Desierto; por donde, así lo uno como lo otro hace daño en la comunidad.
La
primera cosa que han de procurarlos ermitaños mientras están en el
desierto, ha de ser ejercitarse de tal manera en la oración mental que
no salgan de esta escuela sin que aprenda primero, por práctica y
teoría, qué cosa sea oración y el modo con que sé ha de ejercitar en
ella, porque el que saliere fundado en este ejercicio de oración, ese
tal durará en los ejercicios de la vida espiritual. Porque la oración es
la vida que nos sustenta y la que nos da fuerza y vigor para
perseverar en el cumplimiento de nuestras obligaciones; y, por el
contrario, el que saliere sin oración del Desierto téngase por perdido
o, a lo menos, por inútil para la Religión.
Segundo,
antes de salir del Desierto considere profundamente sus inclinaciones y
pasiones, en cuáles cosas solía faltar antes de venir al Santo
Desierto, en cuáles experimentaba más flaqueza, y ármese, habiéndose
encomendado a Dios una y muchas veces, con firmes propósitos y
resolución de no hacer semejantes cosas, o ponerse en ocasión de faltar
en sus propósitos, y consejo de su Superior; haga algunos votos
penales antes de salir del Santo Desierto, porque este suele ser un
grande freno para no faltar en nuestras obligaciones, y vaya renovando
de tiempo en tiempo estos votos y propósitos.
Tercero;
cuándo entrare en los conventos no parezca que viene, a reformar a los
otros, ni en sus palabras muestre que es más, o entiende más que los
otros, antes debe estimarse en menos, si tiene verdadera humildad. En lo
exterior acomódese con los demás, guardando siempre su modestia, sin
soltarse con más libertad de lo que la modestia religiosa pide; y
persuádase que, si ha de hacer algún fruto, ha de ser más con
el ejemplo, conviene a saber, en ser continuo y el primero en los actos
de comunidad, en ser humilde y obediente a su Superior, en el ayudar
siempre en las cosas que son de más perfección, que con muchas palabras
y razones, que de estas hartas oyen cada día los religiosos. Obras,
obras son las que hacen al caso, juntas con un celo moderado y prudente
de las cosas de la Religión, que al fin, el que es hijo fiel de la
Religión no puede dejar de celar y sentir las culpas que en ella se
cometen y las relajaciones que se introducen, y así, es necesario que
en las ocasiones, sin temor del qué dirán, proponga con humildad y
modestia lo que siente, y, si ve que no aprovecha, escríbalo al Su perior.
Finalmente,
considere que ha de ser un dechado y espejo de los demás y, como tal le
han de mirar todos, y viva siempre en ese cuidado, con que hará
provecho a otros, y, lo principal, glorificará a Dios, al cual sea la gloria y honra. Amén, amén.
LAUS DEO
[1] Porque la fascinación del vicio corrompe el bien, el vértigo de la pasión pervierte la mente sana. (Sab. IV, 12).
[2] Así la atraeré y la llevaré al desierto, y la hablaré al corazón, (Os. XI, 16),
[3] Volaría
a un lugar de reposo, huiría lejos y moraría en el desierto.
Apresuraríame a salvarme del viento impetuoso de la tempestad. (Ps. LV,
8-9; Vulg: LIV)
[4] Y alzando ellos los ojos no vieron a nadie, sino sólo a Jesús. (Mat. XVll, 8).
[5] Se separó de ellos. (Luc. XXII, 41).
[6] Voz del que clama en el desierto. (Mat. III, 3),
[7] Enoc fué trasladado a la soledad del Paraíso.
[8] Bajo
el árbol de encinar estaba Abrahan cuando, vio tres y adoró a uno. De
este texto hay que notar: 1° que no existe tal como lo trae el P. Tomás.
2.° que sí existen elementos para formarlo (Gen. XVIII, 1 y
siguientes). 3,° que el «Tres vidit unum adoravit» es comentario de la Liturgia Romana, (Brev. Rom. Dom. quincuag. resp. 2).
[9] El fin de la ley es el amor. Rom. XIU, 10. El verdadero texto de San Pablo es: Plenitudo ergo legis est dilectio; El amor es el cumplimiento de la ley.
[10] Ay del solo, que si cae, no tiene quien le levante ( Eccles. IV, 5)
[11] En
el desierto muy fácilmente nace la soberbia por la libertad que existe
en obrar según el propio parecer. (Ad Rusticum Monachum ante med. epist.
4).
[12] No
podrán hacer lo que quieran sino lo que se les ordene, habrán de tener
únicamente lo que se les concediere a uso, deberán respetar al Superior
del monasterio y asi conseguirán servir y amara Dios con filial amor
(loc. cit).
[13] Como a niños en Cristo os di a beber leche. (1. Cor. lll, 1)
[14] El manjar sólido es para los perfectos, (Hbr. V, 4)
[15] No recibáis en vano la gracia de Dios. (II Cor. VI, 1).
[16] Tiene hecha la mitad de la obra el que la he comenzado.
[17] De Dios viene mi protección y mi gloria. Dios es mi fuerte roca, mi auxilio. (Ps. LXIl, 8 Vulg. LXl).
[18] Lávame
de mi iniquidad y limpíame de mi pecado pues conozco mis culpas, y mi
pecado está siempre ante mi. (Ps. LI, 4-5; Vulg. L).
[19] Falso administrador, dá cuenta de tu administración (Luc. XVI,2).
[20] Debían hacerse estas cosas más sin que nos olvidáramos de las otras. (Mat. XXIII, 23).
[21] Viendo en él a Cristo que lo ha hecho superior (Reg. Exhortatio fratrum ut Priorem suum honorent).
[22] Manifestadle sus secretos (Ps. LXII, 9; Vulg. LXl)
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